Educando en la reivindicación: De camino a casa queremos ser libres, no valientes
Un año más pasó el 8 de marzo lleno de declaraciones de intenciones y actos conmemorativos. Buenas palabras. Muchas veces repetidas prácticamente igual que los años anteriores. Tengo que reconocer que se ha ido incorporando al discurso oficial, el lenguaje políticamente correcto y una pátina feminista pero corremos el riesgo de que esta circunstancia lleve a neutralizar la crítica social hacia las palabras y los discursos.
Esta corrección en el discurso hace que sea mucho más difícil identificar las discrepancias o matices ideológicos – que están presentes. En los últimos años oímos hablar mucho de educación de forma genérica como estrategia que favorecerá el cambio cultural que nos permitirá librarnos del patriarcado de una vez por todas. Desafortunadamente, muchas veces, es una «muleta» que utilizan las instituciones, los medios de comunicación, etc. Por no concretar medidas; casi como un intangible que nos permite tener la excusa perfecta para no hacer prácticamente nada. Estamos cansadas de que «la educación» se vacíe de contenido y acabe siendo el símbolo de lo que es inamovible. ¿Como ha sido?, ¿cómo hemos llegado a oír la expresión «es un problema de educación» y, automáticamente, significa que no podemos hacer nada para transformar la desigualdad estructural en la que vivimos? Es casi un sinónimo de resignación.
En los casos que la presión social consigue un compromiso político- como ha sido esta semana con la huelga de hambre de Viene la Luz- las medidas que se acaban concretando políticamente suelen ser medidas reactivas que van a paliar situaciones dramáticas que son obviamente imprescindibles pero siguen estando en la lógica de la respuesta a las consecuencias de la desigualdad.
El machismo se filtra como la arena entre los dedos. Mi hija de 14 años ha sufrido hoy su primera intimidación sexista en la vía pública. Pero ella no le ha podido poner estas palabras. Ella, en la escuela, no ha aprendido a reivindicar, a ser crítica con el status quo y creerse uno de los lemas de la manifestación del 8 de marzo: «De camino a casa quiero ser libre, no valiente». Desgraciadamente tras esta experiencia y, si las diversas modalidades y espacios educativos donde participa no intervienen con una mirada feminista, aprenderá que las mujeres somos vulnerables en la calle, que nos hemos de proteger de los desconocidos, que debemos evitar lugares oscuros y evitar también llevar según qué prendas de vestir para no despertar «la bestia». Estaremos pues, perpetuando una vez más, la lógica patriarcal.
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