Arriesgando la vida por la paz
Relatos en los que está presente el sufrimiento. Mujeres de vidas dedicadas a defender los derechos humanos pero, sobre todo, a defender los derechos de las mujeres. Mujeres que representan la lucha de miles de latinoamericanas a las que han arrebatado sus derechos políticos, sociales y culturales. Tres activistas que ya no tienen miedo a hablar, que han convertido su sufrimiento en un nuevo conocimiento: “Creíamos que no teníamos voz pero hemos descubierto que sí y que esa voz hace que construyamos algo muy grande para todos y todas”.
En A Vivir hemos conversado con las colombianas Luz Amparo Vásquez (representante de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos y de la Plataforma de Mujeres Rurales Colombianas) y con Jackeline Romero (miembro del movimiento Fuerza de Mujeres Wayuu y ganadora del Premio Nacional de Defensa de los Derechos Humanos en 2017), ambas están en Madrid promocionando la campaña Juntas Somos Victoria. Luz Amparo y Jackeline representan la lucha de miles de colombianas por sus derechos agrarios, territoriales y medioambientales. “Queremos ser sujetos de derecho, que nos dejen de hostigar y matar”, afirman.
Tras medio siglo de un conflicto armado que ha costado miles de vidas Colombia firmó los Acuerdos de Paz en agosto de 2016, unos acuerdos que han terminado siendo un espejismo en muchas zonas rurales que continúan bajo el yugo de la violencia. Uno de los problemas a los que hoy se enfrenta el país en su transición hacia la paz es la ocupación por parte de grupos armados, paramilitares, de las zonas abandonadas por las FARC y, en medio de esos grupos armados, de empresas extractivas y de negocios ilegales sobreviven miles de campesinos que están viendo cómo su cultura y su sustento están condenados a desaparecer. La situación es aún más difícil para las campesinas, los riesgos que corren las defensoras de la tierra se multiplican debido a una serie de factores que las hacen más vulnerables. Allá, en aquel país de altas montañas, los asesinatos y las amenazas a estas mujeres son algo cotidiano: los ataques han aumentado un 97% respecto a 2018. Cada día miles de campesinas son despojadas de sus tierras para saciar el hambre de empresas extractivas y de negocios ilegales.
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