Del burka al casco: esquivando talibanes en Afganistán
Rodilleras, casco, coderas y, sí, también velo islámico. Adiós a las playas californianas y a los rubiazos descamisados. El último giro de guión lleva las tablas hasta Kabul (Afganistán). Allí, el skate es el deporte femenino más popular de la capital y, ahí es nada, también del país (explosión de cabeza aquí).
En una nación en la que las mujeres no pueden conducir, ni montar en bici, ni jugar al fútbol, ni siquiera volar una cometa (true story), el patín brilla como estandarte de ése al que llaman sexo débil. ¿La razón? Que en el Estado a nadie se le ocurrió crear leyes islámicas en contra de los patines y, hasta la fecha, el deporte puede ser practicado tanto por hombres como por mujeres. Un típico vacío legal que, en este caso, ha permitido que el skate se haya convertido en la gran esperanza del deporte femenino afgano. Y todo ello en un país en el que el 50% de la población (33 millones) no supera los 16 años, el 36% vive en pobreza extrema y más de la mitad no tiene acceso regular a agua potable.
Sin embargo, la inesperada relación entre el país, el patinete y las mujeres no es más que el desenlace de una aventura que comenzó en 2007. Por aquel entonces, la calderilla en el bolsillo de Oliver Percovich comenzaba a acercarle peligrosamente a ese temido 36%.
Los planes de este australiano de empezar una vida nueva en Afganistán junto a su entonces novia -con la que se había mudado allí desde Australia, ese mismo año- se quebraron cuando se rompió también su relación. «En aquella época yo estaba buscando algún trabajo con el que salir adelante y, mientras tanto, me pasaba las horas en la calle patinando. A los niños les llamaba la atención el skate y me pedían sin cesar que les diese una vuelta», cuenta Percovich por Skype.
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