‘Suffragettes’, la lucha por el voto femenino
Se cansó de luchar con la palabra y pasó a la acción. «Deeds, not words» (Hechos, no palabras) fue su nueva actitud, el «lema permanente» con el que se autodefinió Emmeline Pankhurst (Manchester 1858 – Hampstead, 1928) y el resto de sus seguidoras, las sufragistas, suffragettes. «La más notable agitadora política y social de la primera parte del siglo XX y la suprema protagonista de la campaña de emancipación electoral de las mujeres», como la definió The New York Herald Tribune tras su muerte, resucita con el rostro de Meryl Streep en la película ‘Suffragette’, que llegará a las salas de cine este viernes.
Al contrario que otras niñas, a Emmeline sus padres, Sophia Jane Craine y Robert Goulden, no le contaron el cuento de la princesa que despertó del eterno letargo por el beso de un príncipe, sino aquel en el que es la propia princesa quien logra resucitar y seguir viviendo. Primeras lecciones para ser una mujer independiente.
Progresismo y tradicionalismo
Educada bajo la defensa de los derechos civiles, la abolición de la esclavitud y la igualdad de sexos, defendió el sufragio femenino porque era algo que había escuchado desde pequeña en casa. A pesar de las ideas aparentemente progresistas que le mostraron desde bien joven, sus padres, como marcaban los cánones tradicionales de la sociedad británica, consideraban que la única salida factible para sus hijas era que fueran amas de casa. «Qué lástima que no sea un muchacho«, le dijo con resignación su padre a Emmeline un día que pensaba que estaba dormida.
Tanto su madre como ella compartían ideas y lecturas. Fue la revista Women’s Suffrage Journal la que fortaleció la unión entre ambas y Lydia Becker, la fundadora de la publicación, su primera ídolo feminista. La conoció con 14 años en una reunión en la que se trataba el derecho a votar de las mujeres y a la que asistió acompañada de su madre. «Dejé la reunión como una consciente y confirmada sufragista«, escribió recordando este encuentro que le marcaría de por vida.
La segunda de los diez hermanos tuvo la revolución como apellido. Nació el 15 de julio de 1858, aunque ella pensara que su cumpleaños fuera el 14, el día en el que se conmemoraba la Toma de la Bastilla.»Siempre he creído que el hecho de que naciera ese día ha tenido una influencia sobre mi vida», llegó a decir en una ocasión.
La soldado que se formó con la Revolución Francesa
Lectora constante y voraz, a los nueve años Emmeline ya había devorado ‘La Odisea’ de Homero y no dejó ni una página, ni un resto, pendiente. Su valentía y ganas de cambiar el orden establecido encontró cabida en ‘La Revolución Francesa’ de Thomas Carlyle, una de sus novelas de cabecera, su «fuente de inspiración».
En ese mundo de girondinos y jacobinos, la joven incorporó una palabra nueva a su vocabulario, «igualdad», el concepto, la columna vertebral que acabó por regir tanto su organismo como sus demandas. «Todos los principios de la libertad enunciados en cualquier país civilizado en la tierra, con muy pocas excepciones, están destinados exclusivamente a los hombres, y cuando las mujeres trataron de forzar la puesta en práctica de estos principios para las mujeres, entonces se descubrió que habían entrado en una situación muy, muy desagradable», reivindicó el 13 de noviembre de 1913 en Hartford, Connecticut, frente a miles de personas en un discurso titulado ‘Libertad o muerte’ que pasaría a ser estudiado en la posteridad.
Aquel día se autopresentó como «un soldado que ha abandonado temporalmente el campo de batalla con el fin de explicar qué es la guerra civil y cómo es cuando la libran las mujeres«. Su comparecencia resumía todos los años de pelea que tanto ella, como el resto de mujeres que la apoyaban, estaban llevando cabo en Inglaterra.
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