Alan: el derecho a elegir tu identidad
Todo empieza un día cualquiera, en el vestuario, en el patio o después de clase. Un empujón, un insulto, una zancadilla. Todas, o la gran mayoría, hemos vivido o conocemos a alguien que ha sufrido acoso escolar por ser diferente, por no encajar en un patrón de normalidad que comenzamos a interiorizar en la infancia y que se asienta en la adolescencia. Una única forma de ser y estar en el mundo que marca los comportamientos adecuados, aquellos que no se castigan socialmente.
Antes o después, en las mejores situaciones, consigues pasar el trago, ir de puntillas sin ser vista y terminar, sea como sea, ese calvario llamado instituto o escuela. En otros casos, sin embargo, el itinerario educativo puede convertirse en una auténtica pesadilla, quizá por estar demasiado alejada de esa norma social, quizá porque desde el centro escolar se banaliza la situación de acoso y no se toman las medidas pertinentes.
En la escuela no se muestran cuerpos e identidades diversas sino una única forma de estar en el mundo
El pasado 24 de diciembre, Alan, un joven trans de 17 años, se quitó la vida en Barcelona. Alan llevaba años sufriendo todo tipo de acoso en la escuela: primero por ser bollera, luego por ser trans. Esto es, su identidad de género no coincidía con su sexo de asignación neonatal. Para Chrysallis, asociación que agrupa a familiares de menores trans, el caso de Alan es un asesinato social y no un suicidio. “Es muestra de lo que vivimos en esta sociedad, seas mujer, negro, amarilla, alta o bajo. Algo que, en el caso de las personas trans, está institucionalizado y permitido, porque las identidades ni siquiera se reconocen por parte del profesorado o las direcciones de los centros”, afirma es Saida García, vicepresidenta de la asociación Chrysallis a nivel estatal.
La muerte de Alan ha copado titulares de distintos medios con enfoques que van desde la frivolidad a la reflexión. Pero Alan no es un caso aislado, como reconocen desde Chrysallis. Aunque no hay cifras oficiales sobre el suicidio de menores trans, en los casos en los que no se respeta la identidad también son habituales las autolesiones, el aislamiento o una alta tasa de absentismo escolar. “Cómo vas a ir a clase y concentrarte si estás ocupado u ocupada en salvar tu pellejo”, señalan desde la asociación. Muchos menores trans están incluso medicalizados, con diagnósticos de asperger, trastorno de déficit de atención o hiperactividad por falta de conocimientos dentro de la psicología. La diversidad se patologiza y se convierte en una enfermedad. Desde algunos centros escolares, además, se minimiza el acoso, como explica Saida: “Piensan que ser trans es un capricho del o de la menor, una falta de información y disciplina por parte de la familia”. Sin embargo, según un estudio de la Universidad estadounidense de UCLA, los menores trans son un sector muy vulnerable al suicidio: el 41% ha intentado quitarse la vida al menos una vez. Como explica el padre de Eli, una menor trans que participa en el documental El sexo sentido, “el sufrimiento lo padecen nuestros hijos e hijas, pero la enfermedad la tienen los demás: se llama intolerancia”. Una intolerancia que se manifiesta en forma de transfobia, lesbofobia u homofobia, en forma de acoso escolar a altas, gordos, chicas que no están lo suficientemente desarrolladas o chicos que no juegan al fútbol: hay una única forma de ser y lo que se salga de ahí es malo.
Los currículum escolares no sólo no muestran cuerpos, sexualidades e identidades diversas, sino que refuerzan patrones heterosexuales y binarios basados en configuraciones genitales que dejan fuera todas aquellas identidades que no sean masculinas o femeninas, como las personas transgénero o intersex. Una realidad que, además, se agrava con la apuesta por el emprendimiento empresarial de la última reforma de la LOMCE, la llamada Ley Wert, aprobada unilateralmente por el Partido Popular, que deja fuera las pocas materias que trataban temas de educación en valores.
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