María Rodrigo, la española que pudo ser Wagner… pero era mujer
Las hermanas Rodrigo marcaron sendos hitos en nuestro siglo XX: mientras que Mercedes se convirtió en la primera mujer en obtener el título de Psicología en nuestro país, María fue la primera de la que se pudo afirmar, con total seguridad, que fue una compositora, reconocida como tal y que vivió de su oficio.
Mientras de Mercedes queda más rastro, la segunda fue, como tantos otros nombres que florecieron en el primer tercio de nuestro siglo XX, directamente olvidada. Por eso se ha puesto en marcha todo un movimiento para recuperar su figura, encabezado por el director José Luis Temes, y que tendrá su punto álgido el próximo 28 de noviembre en un concierto en el Auditorio Nacional de Música, con la Orquesta del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, la soprano Ruth Iniesta, el tenor Alejandro del Cerro y el coro de voces blancas María Rodrigo. El repertorio (que incluirá las únicas tres obras para orquesta que han sobrevivido de toda su producción) se grabará también en alta definición para una futura edición de un CD.
El olvido ha hecho que tampoco abunden los datos sobre su vida, hasta el punto de que muchos de ellos se infieren por la biografía de su hermana, con la que compartió el exilio, y que dejó más rastro. Sabemos que María Rodrigo había nacido en Madrid en 1888, que tuvo un brillante paso por el conservatorio (a los 14 años ya había terminado los estudios de piano, una edad muy precoz, y con 23 los de composición). La Junta de Ampliación de Estudios, la institución que tanto contribuyó a que entraran en la cerrada España el influjo de los profundos cambios que en la cultura y la ciencia se estaban dando, la becó para poder continuar sus estudios en Europa. Entre otros países, estuvo en Alemania, donde fue alumna de Richard Strauss, y donde trabó una relación de amistad con Carl Orff, compañero suyo de estudios, y con quien compartió sensibilidad e intereses.
La pianista de Joaquín Turina
El estallido de la Primera Guerra Mundial la obligó a volver abruptamente a España, donde pronto se convirtió en una concertista muy solicitada por muchos de los nombres más importantes de la música española, una labor que compaginaba con la docencia y la composición. Colaboró con las Misiones Pedagógicas, fue profesora de Conjunto Coral en el Conservatorio de Madrid, y tuvo un especial empeño en divulgar la música clásica. Joaquín Turina la fichó como pianista concertante para el Teatro Real, y acompañó a Miguel Fleta en sus conciertos de lied, un género para el que no abundaban los intérpretes en España.
Pero fue en la composición donde, probablemente, más se volcó. Ya en Alemania había compuesto dos obras orquestales, una zarzuela (Diana cazadora, que luego tendría un discreto paso por el Apolo de Madrid) y una ópera de un acto, Becqueriana, que concluyó ya en España. Unas obras que recogían la gran admiración que Wagner despertó en ella, y que en el caso de Becqueriana, combinó con un influjo andaluz que, probablemente, tuvo mucho que ver con el libreto de los hermanos Álvarez Quintero. Tuvo un gran éxito con sus Impresiones sinfónicas (1917) y sus Rimas infantiles (1930), que adaptaban al formato orquestal canciones de la infancia. Otras piezas destacadas fueron La copla intrusa, y los Ayes, para soprano y piano.
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