Educar desde la igualdad de género
Para contextualizar mi macro-relato retrocedo a los años 70 del pasado siglo, fecha del comienzo de mi trayectoria profesional. Era un mes de octubre. Comenzaba el curso escolar y, también, me estrenaba como profesor de filosofía en un instituto de Bilbao. Primera clase y primera sorpresa, se trataba de un aula ocupada sólo por chicas y comenzaban mis apuros para presentarme ante la mirada inesperada de más de treinta personas de género femenino.
Al término de la clase y acceder a la sala del profesorado, hago partícipes a mis colegas de una obviedad propia de un novato ingenuo, y les comunico la gran noticia de que había impartido mi primera clase en un aula donde sólo había chicas. Son mis colegas quienes me ayudaron a pasar de mi estado de perplejidad a asumir la realidad de que iba a impartir mi docencia en un instituto femenino, aunque un fino tabique lo separara del masculino.
Mi sorpresa de que la primera clase fuera en un aula de sólo chicas, me debería haber sido familiar porque también a mí me tocó asistir a la escuela franquista que segregaba por sexo. Y que comencé mis estudios primarios en una escuela unitaria de sólo niños, separada por un tabique de la de las niñas, con horarios distintos para no mezclarnos en el recreo y, con contenidos de aprendizajes bien diferenciados para chicas y chicos. Recuerdo que a las chicas se les orientaba a aprendizajes de cocina y costura en la clase de hogar, para confeccionar y bordar sábanas y manteles de su ajuar, con el objetivo de aprender las habilidades de su papel social de madre-esposa. Mientras que a los chicos se nos ilustraba en la interpretación de refranes agrícolas, sin disimular el tufillo machista de su contenido, como aquel refrán que decía ‘la tierra morena debe ser, como la mujer’. Tal vez en estas tediosas clases de interpretación de refranes agrícolas se alumbró el germen de mi futura vocación por la hermenéutica.
La cultura y las tradiciones desde las que nos educaron han ido justificando que mujeres y hombres sean tratados de forma diferente, y con capacidades y expectativas distintas para el recorrido de su trayectoria vital. Esto significa que el género determina a qué han de dedicarse mujeres y hombres, qué responsabilidades y habilidades han de tener, y todo por imperativo de una sociedad que discrimina ya desde el nacimiento por el hecho de nacer mujer u hombre.
Leer el artículo completo en Diario Sur.