Las paradojas de la igualdad de género en África Subsahariana y el papel de la cooperación internacional
Hasta hace muy poco, estaba generalizada en ciertos países africanos la visión de la mujer como un ser inferior al hombre, un ser débil, menos inteligente, al que hay que guiar y proteger. El papel de las mujeres es el hogar, “dar niños” y satisfacer las necesidades alimentarias de la familia. Es estigmatizada, señalada, a veces repudiada si no logra dar descendencia, pues es la fecundidad lo que mejor la define: es propiedad del hombre y está relegada a un segundo plano.
En el pueblo peul, en Alta Casamance, las mujeres de una familia comparten el mismo cuarto independientemente del número de personas, una especie de dormitorio común donde viven con sus niños y niñas. La proximidad con los hombres está a veces vigilada y las mujeres que desafían esta regla son mal vistas. Es siempre durante la noche que las esposas alcanzan el cuarto de su marido, de donde salen muy temprano por la mañana, evitando ser vistas. En todas partes comprobamos una depreciación del estatuto y del trabajo de la mujer: siempre es responsable de las tareas que la hacen invisible y, a su vez, goza en muy pocas ocasiones de los beneficios, especialmente si son económicos.
El escaso alcance de las políticas de igualdad
Como en el caso de los hogares y en las familias, las mujeres se enfrentan a una discriminación a nivel de las instituciones estatales e implementación de estrategias nacionales. Como decíamos, el contexto nacional e internacional es favorable a la mujer pero, a la vez, están totalmente extendidas las prácticas que bloquean la igualdad. Comprobamos la promulgación de numerosas leyes y la adhesión de un gran número de Estados a la inmensa mayoría de los convenios internacionales de promoción de las mujeres, que hasta permitieron a países africanos insertar la toma en consideración de la mujer en sus constituciones, pero la realidad es tozuda y las desigualdades continúan siendo preocupantes.
Se trata, entre otras cuestiones, del matrimonio, del acceso a la educación, al empleo y a una renta; de la participación en la toma de decisiones; del acceso a la salud, incluso a la reproductiva y sexual; del acceso a la tierra, al agua, a los créditos y a los microcréditos. En estos ámbitos la mujer está todavía ausente, invisible, no posee casi ninguna parcela de tierra, ni espacios de poder.
La paradoja reside en la existencia de estrategias nacionales e internacionales, así como de numerosas conferencias de todas partes del mundo (como la de Beijing, en 1995) que contrastan con las dificultades para alcanzar un cambio cualitativo en las relaciones de género y en el acceso de las mujeres al poder.
A esto se añade que la inmensa mayoría de las administraciones africanas no se han liberado completamente, a nivel mental, de su herencia europea, algo que se puede ver en el contenido occidental de las leyes. La inmensa mayoría de las élites, particularmente las mujeres, han estudiado en universidades de fuera del país.
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