Ellas, las mujeres que fueron borradas de los libros de Historia del Arte
El Museo del Prado se marcó hace justo un año un tanto (con décadas de retraso, todo sea dicho) cuando dedicó por primera vez en sus dos siglos una exposición en exclusiva a una mujer. La pintora flamenca barroca Clara Peeters fue la encargada de romper el tabú del patriarcado artístico. Para muestra, un botón: en la pinacoteca nacional hay obra de más de 5.000 hombres y tan solo de 53 mujeres. De las cerca de 8.000 pinturas catalogadas (expuestas y en los almacenes), solo cuatro de artistas mujeres se exhiben.
La Historia del Arte la han protagonizado infinidad de féminas. Han sido las modelos y musas. Las protagonistas de algunos de los cuadros más importantes de todas las épocas. Ahí están las señoritas de Avignon, las majas, la Mona Lisa, las venus, las bailarinas de Degas o las prostitutas de Touluse-Lautrec. Son solo algunos ejemplos evidentes porque mientras las mujeres se dejan ver en las paredes de los museos, muy pocas son las que firman los lienzos que cuelgan de ellas.
Cuenta Manuel Jesús Roldán en ‘Eso no estaba en mi libro de Historia del Arte’ (Almuzara) que la concepción decimonónica de la mayoría de los manuales del tema las excluyeron aunque hubiera mujeres retratistas de Corte, escultoras de cámara o pintoras religiosas. “Han sido silenciadas y su rescate del olvido, afortunadamente recuperado en los últimos años, merece todos los empeños”, escribe en esta obra que recopila ‘anécdotas’ artísticas como aquellas obras cumbres del arte que en su momento fueron rechazadas y censuradas, los primeros selfis hechos al óleo, las facetas más escabrosas de algunos creadores y, sobre todo, recupera el nombre y la historia de varias de las artistas más importantes pero aún así olvidadas.
«Su existencia fue ciertamente reducida en muchas épocas, pero hay un buen número de nombres de mujeres que, en cada etapa de la historia, alcanzaron una fama y un reconocimiento público que fue posteriormente silenciado”, escribe Roldán. Mujeres que no aparecen en los libros de arte ni suenan en el imaginario colectivo por culpa, apunta, del concepto de Historia del Arte procedente del siglo XIX, “centuria en la que se vetó especialmente la independencia creadora de la mujer por la moral burguesa reinante, relegó al género femenino a una condición hogareña casi exclusiva, marcando un canon casi exclusivamente masculino en las primeras publicaciones dedicadas al Arte”. Una discriminación que, además, se estandarizó cuando se crearon los grandes museos europeos. Tampoco ayudó la visión de muchos grandes hombres del arte que se despacharon con opiniones similares a la de Renoir: “la mujer artista es sencillamente ridícula”.
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