Una escuela de informática sólo para mujeres
Es viernes y la luz blanquecina entra por el techo de una de las sedes de Utopicus, un espacio de coworking en Madrid. Al final del pasillo, en el segundo piso, se levanta un aula. Entre freelances y trabajadores de pymes, una quincena de mujeres -Icía, Aida, Gala…- reciben instrucciones del profesor, que luego replican en sus ordenadores.
Las jóvenes son parte de la tercera promoción de Adalab: una escuela de programación que sólo admite mujeres. Su objetivo: convertirlas en profesionales del mundo tecnológico. La escuela -que toma su nombre de Ada Lovelace, la primera programadora de la historia- fue creada en 2015 para cubrir las vacantes del sector de las Tecnologías de la Información. Desde entonces han pasado por sus aulas tres promociones de alumnas.
La última inició el curso a finales de octubre. Tras la iniciativa están Inés Vázquez y Rosario Ortiz, que antes trabajaron en proyectos de inserción laboral en Latinoamérica. El tercer socio, Israel Gutiérrez, viene de la programación. La iniciativa se mantiene gracias a donaciones, convenios con empresas y cuotas «simbólicas» de las estudiantes.
«El porcentaje de programadoras no supera el 13% y queremos revertir esa tendencia», dice Inés. Por eso el target de Adalab son mujeres en situación de desempleo o precariedad laboral. En España esta escuela es única en su tipo, aunque existe una iniciativa similar en Latinoamérica, llamada Laboratoria. La peculiaridad de la escuela madrileña es que se especializa en la formación en front-end, un perfil de programación que interactúa con los usuarios y que, según las socias, es el más requerido en las empresas.
En total, hay 32 alumnas, en turnos de mañana y tarde, de las 150 que se apuntaron. Cuenta Mónica Aguado, pamplonesa de 32 años, que la jornada empieza con un juego tipo trivial en el que repasan lo visto el día anterior. Le siguen las clases de la parte teórica y técnica. Después trabajan por equipos en un proyecto y reciben lecciones de desarrollo profesional o de inglés. Son seis horas en el aula más al menos dos horas de estudio por cuenta propia en casa. «Es muy intenso», resume Mónica.
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