Carmen Laffón, igualdad con trazos invisibles
Son las doce del mediodía y Carmen Laffón (Sevilla, 1934) aún está ultimando los detalles de un lienzo de gran formato, un cuadro enigmático, dominado por la quietud, tan luminoso que ciega; tan valiente que sobrecoge. La obra se encuentra ya sobre la pared, colgada dentro de una exposición que se va a inaugurar apenas unas horas después, pero Carmen Laffón no quiere darlo por terminado… y así continúa: se detiene, lo mira, se acerca, le da un retoque, se aleja, se vuelve a acercar… hasta dejarlo estar para que pueda ser contemplado, pero sin poder dar por terminado –nunca– el trabajo. Con ese hilo de voz que hilvana toda su personalidad, la artista se disculpa, consciente de que su sentido de la perfección mantiene una lucha contra el reloj que tiene en vilo a los que deben abrir las puertas de la exposición al público: «Discúlpenme si estoy dando mucho la lata…». Es en esta humildad, en la pesadumbre donde se instala su sentido de la responsabilidad y su discreción insobornable donde se ha forjado una artista única en la historia de Andalucía.
La exposición en concreto se titula ‘Un estudio en la calle Conde Ybarra’, organizada por la Universidad de Sevilla, y repasa un momento en la historia del arte contemporáneo español donde confluyen los talentos de los pintores Fernando Zóbel, Pepe Soto y la propia Laffón; una muestra retrospectiva en la que la incansable artista sevillana se presenta, sin embargo, mirando al futuro, con dos obras inéditas donde propone un juego entre paisaje y geometría en torno a las salinas que se encuentran en la curva de la carretera de Bonanza, en Sanlúcar de Barrameda, paisaje de inspiración inagotable para Laffón.
Con estos cuadros fechados en febrero de 2018 se cumplen 60 años de sus dos primeras exposiciones individuales en el Ateneo de Madrid y en el Club Rábida de Sevilla. Es una mujer absolutamente destacada en un contexto de amistad, creación, ruptura intelectual y vanguardia exclusivamente masculino: Manuel Millares, Antonio Saura, Lucio Muñoz, Pablo Palazuelo, Gustavo Torner o Antonio López son sus compañeros de galería en la mítica Biosca de Madrid los años posteriores. Y en Sevilla, Pepe Soto, Jaime Burguillos, su marido Ignacio Vázquez Parladé… Para más tarde unir su amistad a nombres como Ignacio Tovar, José Ramón Sierra, Juan Suárez… No sólo era la única mujer, sino la única pintora alejada de los parámetros de la abstracción y el informalismo de la época.
Única, incansable
Carmen Laffón, esta artista silente por definición, frágil y tímida como la niña que siempre fue; perseguidora de la belleza en el silencio y la intimidad; la artista de perfil juanramoniano –»…se diría toda de algodón, que no lleva huesos…»– es, no sólo sin saberlo, seguramente sin quererlo si se lo propusiéramos, un símbolo de la mujer que ha podido romper un techo de cristal en el arte, en la cultura y en la vida de nuestra sociedad contemporánea.
«Carmen es única, incansable», resume así sin más el arquitecto y pintor portuense Juan Suárez, en los corrillos posteriores a la inauguración de esta última exposición. Lo hace en presencia de su biógrafo y amigo personal Juan Bosco Díaz de Urmeneta, que sonríe: «Bueno, de Carmen hay que destacar su libertad y conocimiento para desbordar géneros y hermanar lenguajes, y la importancia que concede a la intención o a la idea de la obra, poniéndola por encima del estilo». Es imposible arrancarle a la propia Laffón una consideración acerca de su obra, de su momento creativo, ya superados los ochenta, de su impronta en las llamadas Vanguardias Históricas Andaluzas. Lo hacen, aunque también tímidamente, sus más allegados y siempre, el perfil de Carmen Laffón se dibuja desde el espacio de intimidad y discreción que ella habita.
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