“Es mejor sentir esperanza que amargura respecto a la igualdad”
Puede que una comedia de enredo fuera lo último que cabía esperar de una directora como Sally Potter (Londres, 1949), cineasta de trayectoria algo errática que impulsó la renovación lírica del cine británico durante los ochenta y responsable de una obra que respira una inteligencia rayana con la pedantería. En episodios anteriores, Potter llevó al cine una de las novelas más inadaptables de la historia de la literatura (Orlando), se dirigió a sí misma en un relato autobiográfico sobre su relación con un bailarín porteño (La lección de tango), embarcó a Johnny Depp y Cate Blanchett en una crónica fallida sobre el éxodo de los judíos rusos (Vidas furtivas) y hasta rodó una película en pentámetro yámbico, el verso blanco de la lengua inglesa (Yes). Aunque la directora tampoco se ha abandonado ahora a la banalidad más extrema. Debajo de la superficie de The Party, que se ha estrenado este viernes en las salas españolas, subyacen temas tan poco superficiales como el estado actual de la democracia, el hundimiento inexorable de la izquierda europea o la infelicidad crónica a la que parece sometida nuestra especie. “Es una película modesta. No digo que sea una pequeñez, sino que es simple y sincera”, afirma Potter.
The Party es una comedia breve, punzante, negra, británica hasta la médula. Nada que ver con aquel guateque homónimo que se marcó Blake Edwards. En una elegante residencia londinense, Janet (Kristin Scott Thomas, en un papel hecho a medida) se prepara para celebrar una fiesta para celebrar su nombramiento inminente como ministra de Sanidad. Entre los invitados están su marido enfermo, su cínica mejor amiga, un irritante coach existencial alemán, una pareja lésbica que espera trillizos y un ejecutivo drogado que carga con un revólver en su cartera. No hay que ser adivino para predecir lo que sucede cuando se encierra a un puñado de personajes desesperados en la misma habitación. Y todo el mundo conoce el tropo de la pistola de Chéjov: toda arma que aparece distraídamente colgada de la pared en el primer acto terminará siendo disparada en algún momento del tercero.
Alrededor de Scott Thomas, The Party reúne a algunos de los mejores actores del cine anglófono. Entre ellos, Patricia Clarkson, Emily Mortimer, Timothy Spall o Cillian Murphy, acompañados de Bruno Ganz en un inesperado papel cómico. “Le aseguro que ninguno de ellos dijo que sí por el dinero. Todo el mundo cobró el sueldo mínimo. Si aceptaron, fue por la oportunidad de vivir una experiencia íntima, donde todo el mundo es tratado de manera correcta e igualitaria”, explica Potter. Su película es inhabitual en distintos sentidos. Para empezar, por su extraordinaria brevedad: 71 minutos de diálogos a fuego rápido. “El primer montaje tenía un metraje superior, pero me pareció importante privilegiar el ritmo cómico y no dejar ni un respiro al espectador. Fue una decisión arriesgada, pero me dije que nadie ha protestado jamás ante una película demasiado corta. En cambio, he oído muchas protestas sobre las que son demasiado largas”. Igual de poco común resulta el uso de un blanco y negro dramático y expresionista. “Servía mejor a la historia. El énfasis de luces y sombras subraya el extremismo de los sentimientos”, justifica la directora.
El Brexit irrumpió en el rodaje, dos semanas después de su inicio. “Fue un momento difícil. Teníamos un equipo lleno de gente de sitios distintos”, dice Potter, en referencia a una actriz como Scott Thomas, británica asentada en París, pero también un director de fotografía ruso, un diseñador de producción argentino, un equipo de sonido francés, un productor indio y un ayudante italiano. “Para todo aquel que disfrute en la compañía de quienes no son idénticos a él, el resultado del referéndum fue un golpe duro”, añade Potter. Apunta que la actualidad no se infiltró en el guion, pero que ese clima de decepción tal vez se vea en pantalla. “Diría que añadió un sentimiento de desesperación”.
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