100 quetzales si nace niña, 200 quetzales si nace niño
“Yo lo veía en la comunidad. La comadrona cuando nace el niño se cobra 200 quetzales y si nace niña se cobra solo 100. Desde ese momento, desde el nacimiento de los niños, se ve esa desigualdad. Nos preguntamos muchas veces por qué pasa eso si la mujer siente el mismo dolor, el mismo sufrimiento de dar un niño que una niña”, cuenta Lucía Guadalupe Chivalán Castro, una mujer indígena de la comunidad de Santa Lucía en el departamento de Totonicapán, en Guatemala. Esta frase refleja muy bien cómo se gesta la desigualdad desde el nacimiento de las niñas.
En numerosos contextos en los que trabajamos, las comadronas ganan menos por ayudar a alumbrar a niñas que demasiado pronto comenzarán a enfrentar otras violencias. Las cifras son demoledoras. En el mundo, 240 millones de niñas están amenazadas por la violencia, 200 millones sufren mutilación genital, 130 millones son víctimas de violencia sexual y 12 millones son casadas anualmente antes de cumplir los 18 años.
Estos datos reflejan una realidad que no es anecdótica, que supone una violencia estructural. Un fenómeno complejo en el que se entretejen pautas culturales, fanatismos religiosos, pobreza extrema, déficit de protección en las políticas públicas y de garantía de derechos, falta de acceso en condiciones de igualdad a una educación contraria a la discriminación y la normalización del abuso.
El 11 de octubre se celebró en todo el mundo el Día internacional de la Niña. Un momento para incrementar el trabajo permanente que multitud de organizaciones sociales, colectivos, mujeres, educadores de todo el mundo llevamos a cabo en pro de su bienestar. Un momento para recordar también que existen pequeños destellos de avance cuando se conjuga voluntad política, intervención social y suma de apoyos ciudadanos.
En el marco del conjunto de esfuerzos internacionales ligados a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), entre los años 2000 y 2015 se han logrado progresos y evidentes avances en el acceso de las niñas a la educación primaria y, en menor medida, a la secundaria. Globalmente, se han reducido las disparidades de género: un 8% más de países lograron la paridad en la educación primaria.
En este sentido, la educación desempeña un papel fundamental. Modelos educativos con perspectiva de protección e igualdad hacia las niñas pueden incrementar su autoestima y trabajar la prevención de la violencia desde la concienciación del entorno, las familias, las propias niñas y por supuesto, la educación de niños y hombres en valores opuestos a la violencia y los estereotipos machistas.
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