Un nuevo Spider-Man para un viejo enemigo llamado masculinidad tóxica
Spider-Man: Un nuevo universo se ha convertido en un fenómeno difícil de encasillar. Antes de su estreno, ya podía hablarse de rareza en cuanto a recepción crítica se refiere, pues pocas películas alcanzan un 100% de ‘frescura’ en la web agregadora Rottentomatoes. Y menos si se trata de un film de superhéroes. Pero, además, sucedió que su condición de película de animación -lejos de ser una cortapisa-, la hicieron romper récords el fin de semana de su estreno, tal como señalaba Box Office Mojo.
Por ahora, la película lleva amasados 209 millones de dólares, que no es poco. Aunque si la comparamos con otras hermanas de género -que no de formato-, su competidora directa el pasado mes de diciembre fue Aquaman, y esta lleva ganados la friolera de 751 millones. Numeros más acordes con los grandes títulos superheroicos consiguen del bolsillo del espectador. Al fin y al cabo, cuatro de los diez títulos más taquilleros de la historia visten capa o antifaz.
Los superhéroes son hoy, nos guste o no, el género por excelencia del blockbuster contemporáneo. Y eso hace aún más significativo el fenómeno de Spider-Man: Un nuevo universo en un panorama en el que los grandes protagonistas de este cine hacen gala de una masculinidad más propia del siglo pasado, la película del trepamuros ofrece una lectura de género totalmente distinta. Una que ahonda en el constructo social del género, sus expectativas, sus problemas y, sobre todo, sus posibles futuros.
La máscara del tipo duro
Una lectura de género del superhéroe en el cine contemporáneo -estrictamente en este arte, pues el mundo del cómic ofrece otras perspectivas-, resulta desoladora. Todas las películas del llamado Universo Cinematográfico de Marvel estuvieron protagonizadas por hombres blancos heterosexuales hasta el estreno de Black Panther. Y aún contando con la Wonder Woman de DC, estaríamos hablando de decenas de películas estrenadas desde el año 2000 que cuentan con gloriosos éxitos de público y que transmiten -como cualquier producto cultural-, valores de todo tipo.
Desligar los que tienen que ver con el género o tachar cualquier discurso relacionado con el tema de inocuo, es desvincular un tipo de cine boyante en la actualidad de su capacidad para generar, mediante la ficción, modelos de conducta reales. Y los que transmiten la mayoría de estos films, actualmente -obviamente el género cuenta con décadas de historia, pero aquí nos referimos a la actualidad-, vienen condicionados por la visión del mundo de lo que Grayson Perry llamaba ‘hombre por defecto’.
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