Agnès Varda: “Llevo 50 años trabajando y aún me pregunto qué hacer con la imagen y con el sonido”
Esta gran dama francesa, ‘madre’ de la Nouvelle Vague -su primera película, La Pointe Courte (1954), un largometraje de ficción crónica de una pareja tras cuatro años de matrimonio y un pueblo de pescadores, lo realizó cuatro años antes de la plena eclosión de este fenómeno artístico y social que reivindicó para el cine una mayor libertad técnica y expresiva- que una película dedicada a aquellos que viven de las sobras de los demás, tal y como ella misma lo ha hecho siempre en un gozoso empeño por apropiarse de lo pequeño y de lo sencillo, concediéndose sin reservas “el placer y la libertad de hacer lo que quería en cada momento” al margen de cualquier consenso colectivo respecto de “cómo deberían ser realmente las cosas”.
La mirada subjetiva de Agnès Varda, su “aproximación imaginaria en relación a la realidad”, se alimenta de escenas y motivos a menudo retenidos en la frontera de la sala de montaje y a los que en cambio ella saca partido transformando su arte, como dice André Roy (24 images, nº 123, septiembre 2005), “en un arte ideal que ha trasladado al cine para que allí se impriman los archivos vivos del mundo, que comprenden lo privado y lo público, lo íntimo y lo universal, el aquí y el allá, los grandes vectores de su cine”. No en vano afirma escuchar a menudo comentarios de gente que le hace notar que le gusta mucho tal o cual personaje de los muchos que aparecen en sus documentales. “¡Pero no son personajes, son personas!”, exclama. Todos ellos tienen una “textura” especial fruto en parte de su energía, su profundo amor al cine, su intuición y su respeto a la hora de dar testimonio de las vidas ajenas.
Crear
“Toda historia tiene que empezar por una emoción que trastorne al artista”, afirma. Así como Los espigadores y la espigadora tuvo su origen en la visión de la gente que, una vez terminado el mercado, se afanaba en recoger los alimentos del suelo, “Sin techo ni ley [1985, con la que obtuvo un León de Oro en el Festival de Venecia] nació del estupor ante la gente que todavía hoy muere de frío en las calles. ¿Cómo es posible?”.
A partir de ahí, su proceso creativo atraviesa varias etapas. “Me documento sobre el tema, hablo con la gente, escojo un lugar, una estación, el equipo, elaboro un esquema…”. Un sistema personal que ha dado en llamar “cineescritura” y que su talento ha materializado en intervenciones de todo tipo. Tanto en las obras de ficción como en los documentales, Agnès Varda está presente de modo más o menos explícito a través de sus reflexiones e incluso de su propia imagen, como en Los espigadores y la espigadora o Dos años después (2002), película documental realizada como respuesta a la infinidad de cartas y regalos suscitada por la primera y guiada también por la necesidad de mostrar qué fue de sus protagonistas. Varda profundiza aquí en su autorretrato, abordando sin dramatismos el paso del tiempo, sus manos cubiertas de manchas, fruncidas por las arrugas, y su pelo gris. Grabadas por ella misma como un paisaje, no fueron del agrado del hombre con cuyo testimonio cierra Los espigadores y la espigadora, un biólogo que ‘espiga’ en los mercados y que de lunes a viernes da clases a inmigrantes analfabetos aún menos favorecidos que él.
“Este hombre extraordinario, profesor de francés, me dijo que no le interesaba mi vejez. ¡Tiene razón! Y si eso es lo que piensa, yo tengo que añadir ese testimonio”.
Leer la entrevista completa en El Salto Diario.