«Nación salvaje», las nietas de las brujas de Salem plantan cara al machismo
En noviembre de 1688, la familia Goodwin acusó a su ama de casa, Ann Glover, de brujería al ver que sus hijos enfermaban sin razón aparente. No hacían falta pruebas si la acusación venía de una de las casas más acaudaladas de Boston -por aquel entonces parte de la colonia de Massachusetts Bay-, y la acusada no era más que una lavandera irlandesa de clase obrera. Así que la mujer terminó en la horca sin haber cometido delito alguno.
Pocos años después, en la ciudad de Salem, varias niñas empezaron a actuar ‘de forma extraña’ presentando los mismos síntomas que los infantes Goodwin. El médico local, William Griggs, les diagnosticó que sufrían hechicería. Y la búsqueda de responsables terminó con la persecución, juicio y ejecución de más de veinte personas por ‘cargos de brujería’. Sin más pruebas que el odio y sin más razón que la moral puritana amparada por la ley y la locura colectiva.
Justamente en Salem se ambienta Nación salvaje, el segundo largometraje de Sam Levinson. Una revisión actual y macarra de aquellos juicios, hoy vehiculados mediante las redes sociales, nuevo cadalso para la moral patriarcal y reaccionaria.
Todo empieza como una broma: un joven publica un enlace anónimo que ha llegado a su mail con fotos del alcalde de Salem trasvestido y alternando con hombres. Una noticia que caldea los ánimos de la población. La risa se convierte en llanto cuando un hackeo masivo facilita la publicación de información íntima de buena parte de sus habitantes. Entonces, un nombre surge entre los posibles responsables: Lily Colson, una joven adolescente de 15 años que mantenía una relación virtual con un hombre casado y mayor que ella a espaldas de su novio en el instituto.
El prejuicio y el odio es suficiente para exigir su cabeza. Pero ni ella ni sus amigas están dispuestas a dejarse quemar en una hoguera que no es más que el arma definitiva de una moral heteropatriarcal tan arraigada en la sociedad, como peligrosa.
Sam Levinson -hijo de Barry Levinson, el aclamado dramaturgo y director de Rain Man y Good Morning, Vietnam-, afronta su nueva película con el espíritu agitado de un adolescente. Y contagia en esta historia de clarísima vocación satírica pero también divertimiento juvenil, un sentimiento revolucionario de necesidad urgente de cambio.
Por momentos, Nación salvaje parece aludir a la expresividad formal e incluso la paleta de colores del Clímax de Gaspar Noé. Por otros, querer ser la Spring Breakers de Harmony Korine sin aspiraciones intelectuales. Puro entretenimiento nihilista, esta vez sintetizado a través de un mensaje abiertamente feminista. Y vestido con un dispositivo formal apabullante.
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