En el país de las mujeres fuertes
En Islandia el subsuelo incandescente está más cerca de la superficie que en ningún lugar del mundo. “El feminismo aquí es como esa lava subterránea que cada cierto tiempo, como los volcanes, entra en erupción”. Los ojos determinados de Kristín Ástgeirsdóttir, exdiputada del partido exclusivamente femenino Asamblea de las Mujeres y directora del organismo gubernamental de igualdad durante 10 años, se clavan en la interlocutora. La cristalera de su salón en Reikiavik deja pasar un sol invernal que apenas se deja ver. Es ese magma dinámico el que ha convertido a una inhóspita isla con los mismos habitantes que Alicante (338.000) en la meca de la igualdad. Así lo certifica la clasificación sobre brecha de género del Foro Económico Mundial desde hace nueve años. Prácticamente todas las mujeres trabajan (86%), son campeonas mundiales en educación y poder político, y tienen paridad en los consejos de las empresas públicas. Llevan 15 años con el permiso de paternidad (90 días) equiparado al de maternidad y su país ha sido el primero en obligar a las empresas a demostrar que pagan igual a ambos sexos, algo que ahora ha decretado España.
Lo cual no quiere decir, como recalcan ellas, que vivan en el paraíso. Bajo la careta de la equidad transcurre otra amalgama hostil en la que se mezclan violencia sexual, brecha salarial (16%), cúpulas empresariales en las que se necesita corbata (no se sienta ninguna mujer en las direcciones de las compañías cotizadas) y misoginia. Es como si las tensiones geológicas que conforman la nación más septentrional de Europa se reflejaran en la guerra entre el enorme empuje feminista y el mercurial poso del patriarcado.
Con la misma aspereza de las coladas volcánicas que cubren su remoto país, las islandesas se han alzado desde principios del siglo XX interpeladas por los movimientos sufragistas que recorrieron el mundo, como recuerda la directora de la Asociación Islandesa de Derechos de las Mujeres, Brynhildur Heidar-og Ómarsdóttir, fundada en 1907. “Nuestro éxito también se debe a que estamos en el club de las cinco naciones nórdicas, las más igualitarias, y que vivimos en un país poco poblado en el que los cambios, si hay voluntad política, se pueden hacer rápidamente”. En las elecciones municipales de Reikiavik en 1908, en las que la mayoría de mujeres fueron autorizadas a votar, se presentó una lista únicamente femenina. Consiguieron cuatro de los 12 concejales. En 1922, una formación similar conquistó el Parlamento.
Pero la erupción que derrumbó importantes muros de desigualdad ocurrió el 24 de octubre de 1975. Las mujeres abandonaron fábricas y oficinas, dejaron a los niños con los maridos y se concentraron en las plazas, asombrando al mundo. “Fue increíble verlas llegar por todas las calles, surgiendo por todos los lados, esa sensación de fuerza y hermanamiento…”, recuerda Kristín. Pedían igualdad, guarderías para sus hijos y salarios iguales. La marea orquestada por todo tipo de organizaciones, no necesariamente feministas, con motivo de la década de las mujeres por la ONU, la arrastró. Aquella efervescencia cambió su vida al igual que la de las islandesas.
Ese mismo año se aprobó el aborto casi libre, en varios supuestos; al siguiente, una ley de igualdad y en 1980 el país batió la principal de sus marcas feministas al elegir a una directora de compañía teatral, también madre soltera, como la primera presidenta en todo el mundo. Las islandesas menores de 50 años crecieron viendo a Vigdís Finnbogadottir en el telediario. Como Rósa Björk Brynjólfsdóttir, diputada por el Movimiento de Izquierda Verde, o la concejal socialdemócrata de Reikiavik Heida Björg Hilmisdóttir. “Tenemos como modelos a mujeres muy fuertes”, recalca esta última. Fuertes. Una palabra que siempre sale cuando se pregunta por la singularidad feminista de un país salvajemente volcánico y de climatología inclemente hoy adorado por los turistas. En el pasado, los naufragios dejaban huérfanos y viudas que tenían que sobrevivir. Eso, cuentan las islandesas, marca. Las mujeres más jóvenes recibieron en 2007 a la primera jefa de Gobierno lesbiana del mundo, Jóhanna Sigurdardóttir, que se casó con su novia el mismo día de 2010 en que entró en vigor el matrimonio igualitario.
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