Una clase para frenar la epidemia de agresiones sexuales a menores
Los alumnos del último curso de secundaria de la escuela Rauwane Sepeng, ubicada en uno de los escasos descansos orográficos que concede el corredor del platino, en el noroeste de Sudáfrica, están calculando la fricción entre dos cubos de cuatro y ocho kilogramos dibujados en la pizarra. Al poco de tocar el timbre, Lydia Ganda deja sus cosas sobre la mesa del profesor. Ella no viene a hablar de física. Ni siquiera de algo que vaya a computar para la media académica. Va a hablar de sexo.
«Antes de iniciar cualquier relación sexual necesitamos consentimiento. Tenemos que preguntar. La respuesta solo puede ser Sí o No. No hay proceso más correcto que el de preguntar, esperar la respuesta y respetarla», escribe para empezar en la pizarra, donde antes estaban los cubos y las fórmulas matemáticas.
-¿Y si no dice nada, si se queda en silencio? Hay que darle tiempo, se responde Lydia a sí misma.
-A lo mejor quiere decir que sí, interviene un chico sentado en medio de la clase. Es el primero que se aviene a hablar. Su compañera de atrás le da una colleja al escuchar su respuesta. Los demás ríen.
-Exacto. El silencio no es consentimiento. Ningún silencio es aceptable. Solo un sí es aceptable, repite Lydia.
Hay más alumnos que quieren participar.
Muchos chicos piensan que si nos invitan a salir a cenar fuera quiere decir que les tenemos que dar algo a cambio.
¿Acaso no es así?, bromea, o quizá no tanto, otro de los chicos. Es alto y muy delgado. Parece mayor que los demás. Varias alumnas a su alrededor le increpan, tampoco demasiado en serio.
¿Cómo va a ser así?
-Lo que dices, -vuelve a contestar la trabajadora comunitaria del programa de educación sexual puesto en marcha por Médicos sin Fronteras en Rustenburg-, no deja de ser una coerción, aunque sea psicológica. Porque la coerción no es solo física, la que deja moretones, si también moral, la que no se ve.
-¿Y si yo solo quiero hacer hasta un punto? ¿O si de pronto aparece alguien?
-Un sí es solo sí hasta aquí y hoy. No es un permiso para hacer lo que queramos cuando queramos. Tenemos que preguntar a nuestra pareja lo que quiere hacer en cada momento, porque igual solo quiere ir de la mano; o al centro comercial por si aparecen sus padres; o puede que quiera cierta intimidad sexual. Lo importante es que preguntéis y respetéis lo que quiera la otra persona, insiste Lydia. Está hablando para chicos de entre 16 y 18 años.
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