Las mujeres de Uganda hallan una respuesta a la gentrificación
Hoy han levantado un cine, un cajero automático, una casa de cambio, una clínica dental, otra de atención primaria, una escuela de informática, varias oficinas, tiendas de ropa, un gran supermercado al que solo van expatriados y una farmacia. Hace solo siete años, muchos jóvenes ugandeses todavía se manchaban los pies de barro mientras cruzaban por esta parcela de camino a la universidad. Ahora hay una acera por la que avanzar sin dejar huella. Pero los zapatos de los estudiantes están más sucios: vienen caminando desde más lejos. Desde sitios donde no hay aceras.
En 1970, Kampala tenía 330.000 habitantes. En 2016, más de 1,7 millones. Y las predicciones apuntan a que esta cifra se doblará en los próximos 15 años. El país, con la segunda población más joven del mundo, apenas 15,9 años de media, vive una auténtica explosión urbana con un ritmo de crecimiento por encima del 5% anual: si en 1991 había 1,6 millones de personas residiendo en núcleos urbanos, en 2040 se estima que superarán los 21 millones.
El problema es que no hay espacio para todos. Los terrenos que hace dos décadas costaban 500.000 chelines (menos de 115 euros) hoy sobrepasan los ocho millones de chelines (1.838 euros) en un país donde más del 40% de la población gana menos de 1,9 dólares al día. “La vivienda se ha convertido en un commodity —producto básico, en terminología económica—. Hay especulación, sobre todo en Kampala. Los precios han aumentado y hoy comprarse una casa es demasiado caro para mucha gente, que no se lo puede permitir”, resume Dorothy Baziwe, coordinadora de la Shelter and Settlements Alternatives (SSA, por sus siglas en inglés), una red de organizaciones civiles que trabaja para hacer frente al problema de la vivienda en el país.
Kampala, la ciudad de las siete colinas, está viviendo su particular proceso de gentrificación con la particularidad de que la propia urbe está concebida desde la estratificación social: Ernst May, el arquitecto alemán que diseñó el planeamiento urbano de la capital en la década de los cuarenta, proyectó una ciudad en la que europeos e indios ocuparían cada uno de los núcleos instalados en la parte alta de las colinas, mientras los agricultores locales se encargarían de trabajar las amplias extensiones de tierra que rodearían esta «ciudad jardín». May ideó una ciudad colonial perfecta, pero para 50.000 habitantes. Actualmente, Kampala supera los 1,7 millones de almas. Ya no hay colonos, pero sí una élite económica vinculada a aquellos días de dominación y a la familia presidencial. Además de una amplia presencia de trabajadores occidentales y una creciente clase media local.
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