El reto de ser mujer e indígena en el Perú
Es paradójico que en un país tan diverso como el Perú existan la discriminación y el racismo. Además, es incoherente que sean más las mujeres indígenas castigadas por el machismo y la violencia a pesar de ser ellas las que preservan los conocimientos ancestrales (y por ende culturales) de los pueblos originarios. Ante un entorno tan hostil ¿cómo defender tus derechos colectivos e individuales siendo mujer e indígena en el Perú?
Participación política indígena para el cambio
El país sudamericano tiene como 10% de su población a mujeres que se autoidentifican indígenas (andinas o amazónicas). Sin embargo, son invisibilizadas por las mismas políticas que no facilitan ni fomentan su participación. A nivel provincial, se eligieron 191 autoridades indígenas de las cuales solo 15.18% fueron mujeres (29). Pero más escandaloso aún es que en el anterior congreso con 130 representantes, 36 fueron mujeres y solo una indígena. Ni la paridad ni la inclusión han logrado que la mujer indígena destaque en la política peruana, la cual no recompensa la importancia de su papel de la mujer como defensora y guardiana de sus territorios.
“La mujer indígena trabaja duro: está laborando en la chacra, atiende a los hijos, se levanta más temprano y duerme más tarde. Trabaja mucho, pero no es reconocida. Mientras que los hombres trabajan 8 horas y tienen un salario”, apunta Melania Canales Poma, presidenta de la Organización Nacional de Mujeres Indígenas y Amazónicas del Perú (ONAMIAP) y lideresa indígena del pueblo quechua.
Artesanas, comerciantes, ganaderas, agricultoras. No hay límites para las mujeres originarias, cada vez más presentes en el sistema productivo peruano. Pero a ellas se las subestima y hay una desconfianza en lo que pueden conseguir, limitándolas en la toma de decisiones.
“En las comunidades campesinas se asocia automáticamente como “jefe de familia” a los hombres. Por ese motivo son siempre ellos los que participan en la toma de decisiones y no las mujeres”, explica Canales, quien creció en Lucanas, en la región andina de Ayacucho, y vivió en carne propia todo lo que tiene que pasar una mujer indígena para ser escuchada.
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