Coronavirus y la crisis de cuidados: cómo una enfermedad nos puso frente al espejismo de la conciliación
Era lunes por la noche y los chats de Whatsapp de madres y padres de Madrid ardían. «Pero entonces, ¿ya no hay clases?, ¿tampoco extraescolares?», «¿vosotros cómo vais a hacer?», ¿cómo vamos a estar así dos semanas?». La Comunidad de Madrid acababa de anunciar el cierre de colegios, institutos y universidades durante dos semanas y a la crisis de salud se le sumaba otra, cotidiana pero soterrada, solucionada siempre con malabares y a costa especialmente de las mujeres: una crisis de cuidados. El Gobierno recomendaba el teletrabajo, pero el dilema seguía ahí. ¿Quién podría teletrabajar y quién no?; ¿es posible trabajar a jornada completa en una casa mientras un niño o más juegan, piden comida, atención y cuidados?; ¿con quién estarán las hijas e hijos de quienes no puedan trabajar a distancia?
«Esto es una prueba más de cómo asumimos que el sistema productivo puede continuar sobre una base de trabajos de cuidados que están invisibilizados», explica la economista feminista del grupo de trabajo Dimmons de la Universidad Oberta de Catalunya, Mónica Grau-Sarabia. La recomendación de teletrabajar no puede generalizarse a todas las ocupaciones pero, aún cuando pueda llevarse a cabo, no puede aplicarse asumiendo que será perfectamente compatible con el cuidado de los menores, prosigue: «Vas a trabajar en casa teniendo que compatibilizar tu tiempo, esfuerzo y energía cuidando una criatura. Si trabajo y cuidados ya eran dos tareas en conflicto, ahora además serán simultáneas. Esta invisibilización de los cuidados hace que parezca que alguien habrá ahí para solucionarlo y encargarse del cuidado».
Por eso, Grau-Sarabia cree que esas medidas excepcionales para preservar la salud pública deberían contemplar, además del teletrabajo, otras variables para que el reparto de tareas sea corresponsable entre las administraciones, las empresas y las familias y no genere otro tipo de desigualdades. «Como es una situación excepcional en la que sin duda todos tenemos que aportar, hay que ver qué otras medidas asumimos: una reducción de la productividad, de los objetivos, del desempeño, como queramos llamarlo, medias jornadas sin reducción de sueldo… La parte que van a poner las mujeres ya la sabemos», apunta.
Ya la sabemos porque los datos radiografían una realidad en la que los cuidados recaen aún mayoritariamente en las mujeres. Por ejemplo, los cuidados y las obligaciones personales están detrás del 16,1% de mujeres inactivas frente al 1,9% de hombres en la misma situación. El 90% de las excedencias por cuidados las piden las mujeres. Nosotras invertimos de media cuatro horas al día en trabajos de cuidados, frente a las dos horas de los hombres. Un 37,7% de las madres solicitan reducción de jornada al volver de su baja de maternidad frente al 4% de los padres.
«Vuestros hijos pueden quedarse con nosotras»
Conforme pasa el martes, en Madrid surgen las iniciativas espontáneas para tejer redes informales de cuidados. «Hay familias que pueden tener a sus hijos en casa. Proponemos que esas familias puedan tener a algún niño más ‘en acogida’ durante el horario lectivo para ayudar a aquellos padres que inevitablemente tienen que ir a trabajar», dice un mensaje de la Asociación de Madres y Padres (AMPA) de un colegio de Madrid que recorre los teléfonos durante la tarde. El AMPA llevará un registro con las familias, direcciones y niños a acoger durante estos días.
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