Desconfinar el amor
En El malestar en la cultura, Freud defendió que la sociedad europea de principios del siglo XX era una sociedad reprimida y represora. Reprimida porque practicaba un moralismo hipócrita basado en la inhibición sexual y afectiva. Represora porque creó una mentalidad y unos códigos de conducta dirigidos a vigilar y castigar la satisfacción de las pulsiones eróticas más allá de la norma establecida. Sin embargo, en los últimos tiempos la sociedad reprimida se ha transformado en una sociedad hipersexualizada donde el amor y el sexo se han convertido en productos desechables de consumo masivo.
A pesar de los cambios, seguimos viviendo una sociedad fuertemente represora. Sistemas de poder como el capitalismo, el patriarcado y el heterosexismo reprimen potencial humano. A los hombres, por ejemplo, el heteropatriarcado nos ha confinado emocionalmente. La masculinidad tóxica nos ha enseñado a ser psicológicamente (¿patológicamente?) fuertes, a no sentir, a no sufrir en público. Nuestro valor se reduce a cuánta mierda podemos tragar sin derramar una sola lágrima. En ocasiones, a causa de los prejuicios homófobos aún existentes, cuando los niños expresan determinados sentimientos y preferencias se ejerce contra ellos un tipo de violencia psicológica que les infunde sentimientos de culpa o vergüenza. Nos educan para dominar, para controlar, para fingir, para competir y acumular riqueza y poder a costa de otros, no para amar, cuidar ni compartir.
Ante este panorama, pueden plantearse algunas preguntas desafiantes: ¿qué papel puede desempeñar el amor en el actual contexto de crisis sanitaria global en el que la supervivencia física y emocional se vuelve cada vez más precaria? ¿Acaso en tiempos de incertidumbre, en los que se corre el riesgo de replegarse sobre uno mismo y desconfiar del otro, el amor no es más que «un fósforo quemado que resbala por un urinario», como escribió Hart Crane? ¿Hay lugar para el amor en el espacio público organizado bajo los parámetros de la nueva normalidad, donde los cuerpos y los afectos obedecen el imperativo del distanciamiento interpersonal y gran parte de nuestra vida se desarrolla en Internet? ¿Cómo tomar medidas de protección social e individual sin erosionar los lazos de cooperación y solidaridad?
El problema es que desde el Occidente moderno el amor siempre ha ocupado una posición subordinada en nuestras vidas. El patriarcado se ha encargado de confinarlo en la esfera privada. Se tiende, así, a verlo como un sentimiento que no va más allá del apetito sensible y de las emociones individuales, no como un factor de transformación social y espiritual.
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