Trabajadoras esenciales e invisibles
Diciembre. Flavia acaba de llegar a Barcelona desde Argentina y ha conseguido un trabajo como cuidadora de un hombre oxigenodependiente. 800 euros al mes en régimen interno. Flavia, con estudios y años de experiencia relacionados con los cuidados, acepta. Pero, tras los primeros tres días, la hija del señor al que cuida decide echarla sin ningún motivo. Flavia no entiende nada, pero recoge sus cosas y se marcha a casa de una conocida. Al poco tiempo, vuelven a llamarla y, pese a lo vivido, accede. Esta vez solo lleva consigo lo imprescindible. Un mes más tarde, sin embargo, renuncia definitivamente. Durante esas semanas tuvo que soportar situaciones de acoso por parte del hombre al que cuidaba: manoseos, gritos, insultos. No aguantó más y en enero dejó el trabajo. «Fue de terror», reconoce Flavia al otro lado del teléfono.
La condición migratoria, sobre todo en el caso de quienes se encuentran en situación administrativa irregular, agrava el riesgo de sufrir acoso, chantajes y coacciones sexuales. Así lo explica el informe de la Fundación Josep Irla Una violencia oculta, sobre el acoso a mujeres migrantes trabajadoras del hogar y de los cuidados en Cataluña. En esa comunidad, más del 25% de las mujeres migrantes que se dedican a esa actividad están en situación irregular y eso, prosigue el estudio, impide establecer protocolos de prevención y actuación, así como obtener datos reales sobre la incidencia del acoso en este sector.
Tras abandonar su trabajo, Flavia comenzó a buscar otro empleo y, allí donde dejara su currículum, comenzó a hablar con compañeras que, como ella, viven en situaciones de precariedad. Mujeres como Silvia, solicitante de asilo en España, que llegó hace nueve meses a Barcelona desde su Colombia natal. «Mi esposo es juez de paz en Colombia y le habían enviado amenazas, diciendo que los iban a matar y también a sus familias», relata. Por esa razón, viajaron con lo poco que tenían a Barcelona, pero al tercer día de haber pisado suelo español, sin dinero y sin contactos, la realidad se hizo «muy dura», recuerda Silvia con la voz quebrada.
De esas vivencias y de «las penas» que compartían con las compañeras que iban encontrando en el camino nació la idea de crear una red con la que sostener y arropar a otras mujeres en su misma situación. Formaron así, a principios de este año, el Sindicato de Mujeres Cuidadoras Sin Papeles de Barcelona, una organización en la que se apoyan, desde la que visibilizan y sensibilizan, donde colaboran y aprenden.
Flavia y Silvia explican que cuando llegaron aquí pensaban que no tenían derechos por no tener papeles: «Es muy difícil, porque no conoces tus derechos y nadie te los dice. Los averiguamos solas». Ahora, desde el sindicato, tratan de ayudar a quienes llegan para que no les ocurra lo mismo, pero también luchan por quienes llevan años trabajando y necesitan un contrato para obtener el permiso de residencia. «Los papeles los conseguimos con un contrato, pero si no llevas tres años no puedes soñar con ellos. Es muy complicado, porque si no tienes papeles, no tienes contrato; pero si no tienes contrato, no tienes papeles», denuncia Silvia.
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