De vuelta a los cimientos coloniales. El panorama de las trabajadoras remuneradas del hogar ante la pandemia y despojo neoliberal
El trabajo reproductivo y de cuidados es parte de los históricos procesos de despojo, expropiación y desvalorización de nuestro continente, Abya Yala. La invisibilización de dicho trabajo ha constituido uno de los mecanismos para usurparle su valor. En palabras de Silvia Federici “solo se ha visto el trabajo asalariado como un trabajo real”. Además, se ha construido socialmente como una responsabilidad exclusiva de las mujeres. Responsabilidad en cuanto a la división sexual del trabajo asalariado y no asalariado de orden patriarcal, como dice el lema feminista “eso que llamas amor es trabajo no pago”. Sin embargo, este trabajo es esencial para el funcionamiento del capitalismo y, a la par, para el sostenimiento de la vida. «La inmensa cantidad de trabajo doméstico remunerado y no remunerado realizado por mujeres en el hogar es lo que mantiene el mundo en movimiento”, dice también Federici.
El trabajo remunerado del hogar tiene un origen colonial. Fue la mano de obra de esclavas que por siglos realizó las labores domésticas para usufructo de familias blancas y más adelante criollas y blanco mestizas. Remontarnos a esa herida colonial, implica entender la negación histórica de humanidad y subjetividad a la que las mujeres afrodiaspóricas e indígenas fueron sometidas por el colonialismo europeo. En esa herida también viven las violaciones a niñas, adolescentes y adultas realizadas por sus “patrones” mientras hacían el trabajo doméstico y que son parte de la constitución del mestizaje latinoamericano. Además, es necesario recordar el origen de la palabra “doméstico”, en latín domus, que hace referencia a la idea de la dominación del esclavo por parte del amo.
A pesar de la abolición de la esclavitud, esas relaciones raciales jerárquicas se mantuvieron en el tiempo. Relaciones de servilismo, semiesclavitud, dueñismo, entre otras. No es menor mencionar que hasta el presente existe la entrega infantil para el trabajo del hogar en América Latina. Actualmente, en el Ecuador, el 65 por ciento de familias que tienen servicio doméstico son del área urbana y del quintil cinco, hogares de ingresos altos; mientras que el 60 por ciento de trabajadoras del hogar proviene de hogares pobres, de los cuales siete de cada 10 no tiene acceso a agua potable. Es así que esa división sexual del trabajo de cuidados está atravesada por la clase y la “raza”.
En el mundo, quienes mayoritariamente realizan trabajo remunerado del hogar son mujeres migrantes y racializadas. Es decir, existe una correlación entre trabajo doméstico, la racialización y la migración laboral internacional y nacional femenina. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la creciente demanda de servicio doméstico para hogares es una de las principales causas de la feminización de la migración laboral. De hecho, en la memoria del Ecuador está plasmada esta dinámica: miles de mujeres ecuatorianas mestizas, indígenas y afrodescendientes han emigrado principalmente a Europa y Estados Unidos para trabajar en hogares y tareas de cuidados. Tomamos el término de María Galindo: son “las exiliadas del neoliberalismo”. Este trabajo femenino cubre hasta la actualidad un porcentaje importante de las remesas que siguen ingresando al Ecuador de su población migrada.
Es así por lo que esta actividad que se realiza en condiciones de precarización y vulneración de derechos deja ver la intersección de género, clase, raza y origen de procedencia. Mujeres sin contratos y sin seguridad social; cobrando por hora o día de trabajo; sin derecho a vacaciones, licencia de maternidad o permiso por enfermedad; enfrentando clasismo, sexismo y racismo. En Ecuador es común escuchar de mujeres que trabajan “puertas adentro”, es decir, que viven en las casas de sus empleadores, generalmente cumpliendo un horario de trabajo que excede las ocho horas diarias y puede incluir los fines de semana sin recibir dinero adicional por horas extra.
En el Ecuador, la mayoría de trabajadoras remuneradas del hogar realizan esta actividad en la informalidad y esa es su única fuente de ingreso. Con la pandemia, la situación de las compañeras se ha agravado. Integrantes de la Unión Nacional de Trabajadoras Remuneradas del Hogar y Afines (UNTHA) en su núcleo Guayaquil –una de las ciudades epicentros de la Covid-19 en la región– denuncian que algunas de sus compañeras han sido forzadas a trabajar “puertas adentro” mientras sus empleadores no toman las medidas de seguridad para evitar contagios. De estas mujeres, un gran número son migrantes. Cabe recalcar que esta migración es tanto interna como externa; interna de mujeres mayoritariamente racializadas y externa sobre todo de mujeres colombianas y venezolanas.
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