Tener que ejercer continuamente el control para ser normal, para sacar adelante una casa, una familia, la propia vida, es una carga inmensa
Lolo es un adolescente de 16 años y lleva un año sin ver a su hermana Lena. Sus padres lo mandaron a Irlanda para alejarlo de lo que estaba pasando en casa. Pero él la extraña y cuando vuelve a Madrid, lo único que quiere es encontrarla.
Pero su hermana está enganchada al crack y la heroína. Es una yonki veinteañera que dejó su casa, que rechazó los tratamientos y que ahora vive entre el aeropuerto de Barajas, donde pide dinero, y un narco poblado donde compra la droga y se la mete.
Lolo y Lena son los personajes de «Todo Arde», la última novela de la escritora española Nuria Barrios, una historia que indaga en lo que vive una familia cuando uno de sus miembros se desgaja.
«Todo arde» ocurre durante un día y una noche en la que Lolo intenta rescatar a su hermana y se interna con ella en su mundo de sombras.
«Da lo mismo que fumes la droga, que la esnifes, que te la metas en vena o por el culo… El resultado es el mismo. Cuanta más droga tienes, más consumes y, cuanto más consumes, más dinero necesitas… Lena tiene mucha ansia, siempre quiere más.»
No es la primera vez que Barrios escribe sobre una chica toxicómana y sobre estos ambientes.
También lo hizo en su libro de relatos «Ocho Centímetros» y en su volumen de poesía «La luz de la dinamo».
«Me interesaba trabajar la fina línea que separa la normalidad del desastre».
Doctora en filosofía y también periodista, Nuria Barrios será parte de los diálogos del Hay Festival Querétaro, que se realiza de forma virtual la primera semana de septiembre.
La historia comienza en el aeropuerto de Barajas, donde Lolo va en busca de su hermana y ciertamente allí uno se encuentra con toxicómanos…¿Por qué elegiste ese lugar?
El aeropuerto es un lugar de tránsito, tiene un carácter un poco febril, hay una multitud, pero siempre es distinta, fugaz.
Es un espacio público y por eso, si te fijas, ves a toxicómanos e indigentes que lo han convertido en su casa.
Realidades aparentemente opuestas conviven allí: el ejecutivo que viaja a Nueva York o a Ginebra, a hacer un negocio, con el yonki que utiliza los lugares sin tránsito para dormir.
Ese espacio es un observatorio de uno mismo, porque uno solo ve lo que decide mirar, puedes tener todo delante de ti y si has decidido no mirarlo, no lo vas a ver.
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