Educación sexual o pornografía ¿cómo aprenden los jóvenes?
«Cada vez escuchamos más cómo se relaciona el aumento de las violencias hacia las mujeres, en concreto las llamadas «violencias sexuales», con el consumo de pornografía, como si de una ecuación de causa-efecto se tratara».
Cabe destacar, analizar e incluso problematizar algunos aspectos que acompañan esta afirmación. Pues es cierto que actualmente el inicio del consumo pornográfico se da en niños a partir de los 10 años y que son el 80% de los chicos los que consumen pornografía como fuente de información para conocer en qué consiste el sexo.
Quizás el problema parte de aquí, de equiparar la sexualidad a la pornografía. Hablando de una sexualidad muy básica o incluso errónea que simplifica lo sexual como lo que se hace con los genitales. Pero la sexualidad es mucho más que eso, la sexualidad es la búsqueda de placer, la relación con el otro, la construcción de una identidad, de los deseos propios, del autoconocimiento.
Asimismo la sexualidad, en este país, viene heredando la censura y el tabú propio de una moral determinada. Un tabú que produce no sólo a que se esconda la información sexual sino que incluso las personas, sobre todo las mujeres, sean juzgadas que viven o hablan de forma explícita o deseando sobre su sexualidad.
Por lo tanto, la ausencia de educación sexual ligada la tabú de la sexualidad femenina desemboca en situaciones desigualitarias, en las relaciones heterosexuales, principalmente. Como dice Judith Butler «el poder lo atraviesa todo» y es difícil dejar este poder, aprendido y reproducido en el sistema patriarcal, fuera de los encuentros sexuales.
El problema es la falta de educación sexual, todo este tabú que conlleva la consecuencia de no tener otra fuente de información sobre sexualidad que no sea el porno. Si en casa no se habla de sexualidad y en la escuela tampoco, ¿qué les queda a los jóvenes para aprender? La pornografía que, además, está muy fácilmente a su alcance. El asunto es que el porno no puede ser el libro de educación sexual de los jóvenes, pues no reproduce la realidad, es fantasía, es ficción. Y aquí hay un problema, al equiparar el porno a la realidad.
De forma similar ocurre cuando se condenan, socialmente, las agresiones sexuales. Pues ante un caso como el de la manada o ante la situación de las trabajadoras sexuales, lo que se condena es el acto sexual, el acto en sí y no la ausencia de consentimiento. Aparecen discursos que juzgan los deseos y las fantasías femeninas tales como «ninguna mujer puede consentir tener sexo con varios hombres o ejercer el trabajo sexual de forma voluntaria». Así pues, de nuevo, se juzga a las mujeres y no al otro que ejerce la violencia ante la falta de consentimiento.
La psicóloga y feminista Cristina Garaizabal lo expresa en su artículo «Ese oscuro objetos de deseo»: «Al hablar de sexualidad hay que diferenciar muy claramente la sexualidad de las agresiones sexuales. Agredir se puede hacer a través de la sexualidad y de cualquier otra faceta del comportamiento humano y lo que define una agresión es la imposición mediante la violencia o la intimidación de la voluntad de una persona sobre el otro». (Garaizabal, 2020)
Garaizabal continúa el artículo haciendo referencia a las canciones machistas, llamadas así porque exaltan el sexo duro y explícito. Un sexo que, siguiendo la moral determinada que reprime la sexualidad femenina, debería parecer algo no propio de la feminidad, algo más propio de la masculinidad. Por lo tanto, una mujer no podría sentirse interpelada en estos canciones desde una posición activa y empoderada. De esta manera, se vuelve a caer una vez más en la idea de que la sexualidad explícita es una agresión hacia las mujeres, pues la sexualidad femenina parece que debería ser más sensual que sexual y ligada al amor.
La filósofa y feminista Clara Serra, en una entrevista en la La Tuerka, de 2016, comentaba que «no se pueden juzgar los deseos femeninos, las fantasías femeninas (construidas en un entorno patriarcal) porque este juicio no apuesta por la emancipación de las mujeres, algo estamos haciendo mal al juzgar a las mujeres desde el feminismo».
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