Betty Friedan, la feminista que destapó la ‘cárcel’ de las mujeres atrapadas en el rol de ama de casa sumisa
Su madre vivió amargada desde que había dejado de escribir en las páginas de sociedad de un periódico tras contraer matrimonio, pero ella era pequeña y no se dio cuenta de la frustración que atenazaba a Miriam Horwitz, una judía de ascendencia húngara casada con Harry Goldstein, propietario de una joyería en Peoria (Illinois). La aparente imagen idílica de una ama de casa rodeada de críos, preparando la cena y con una sonrisa permanente a la espera de que su esposo entrase por la puerta no solo era falsa, sino que encerraba un mal al que aquella niña pondría nombre con los años.
Betty Goldstein (Peoria, 1921 – Washington, 2006) tendría que sufrir en carne propia ese encierro en una jaula de oro para percibir la insatisfacción que sufrían tantas mujeres en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, cuando —después de haber logrado estudiar e insertarse en el mercado laboral— se implantó el rol de la mujer hogareña y complaciente. Así, tras graduarse en Psicología, renunció a una beca en Berkeley para satisfacer a su novio. Y, poco después, dejó su trabajo como periodista en Nueva York cuando se mudó a un barrio residencial tras casarse con un director teatral.
Aquella estudiante portentosa se había convertido en una ama de casa, pero esas tres experiencias la llevaron a desarrollar una teoría sobre la causa de que las mujeres de clase media, como podía ser ella misma, eran carcomidas por la soledad y la depresión. Si bien seguía colaborando en prensa, un artículo sobre ese estado anímico fue rechazado por la revista Good Housekeeping [Buen cuidado de la casa], aunque luego supondría el empujón definitivo para que escribiese La mística de la feminidad (1963), que obtendría el Premio Pulitzer y cuarenta años después alcanzaría unas ventas de tres millones de ejemplares.
Betty —quien ya había adoptado el apellido de su marido, Carl Friedan, reciclado en ejecutivo publicitario— no trató la depresión que sufrían muchas mujeres desde un punto de vista psiquiátrico, sino que la abordó como un problema estructural. Es decir, analizó las causas que provocaban el hastío en sus coetáneas. El concepto ya lo había plasmado en aquel artículo descartado porque los editores lo consideraron «demasiado fuerte» para un especial que ensalzaba la supuesta felicidad de las mujeres de los barrios residenciales. Sin embargo, meses después fue tema de portada y su repercusión la sorprendió.
«Las cartas que recibieron, de mujeres de todo el país y no siempre de universitarias, confirmó todas mis corazonadas», escribió en sus memorias, Life So Far (2000), donde relata que analizó cómo habían cambiado las heroínas estadounidenses en las últimas décadas. A partir de la revisión de los artículos publicados en cinco revistas femeninas, Betty Friedan vio que en 1939 dominaba la imagen de una «mujer aventurera, atractiva y autosuficiente que avanza hacia una visión o meta personal: ser una piloto, una geóloga, una redactora publicitaria».
Las heroínas, prosigue en su autobiografía, casi nunca eran amas de casa, aunque «en 1949 la imagen se fue difuminando» y solo una de cada tres heroínas era «una mujer de carrera e inevitablemente la mostraban dispuesta a renunciar a todo por una carrera más satisfactoria como ama de casa«. En 1959, el perfil inicial había desaparecido por completo: «No encontré una sola heroína que tuviese una carrera, un compromiso con cualquier trabajo, arte, profesión o misión en el mundo, más allá de Ocupación: ama de casa«.
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