6 científicas menos conocidas para celebrar el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia
La historia de la ciencia no es ajena al machismo imperante en la sociedad y, por lo general, el mundo de la investigación no ha sido considerado un campo para mujeres, a pesar de que existen numerosas figuras femeninas que han cambiado cómo vemos el mundo.
En su momento y aún en la actualidad, tuvieron y tienen que enfrentarse a un mundo liderado por hombres, en el que sus descubrimientos quedan relegados a un segundo plano, por el simple hecho de ser mujeres. Todo ello a pesar de que existen incluso estrellas que tienen nombre femenino, en honor a sus descubridoras, como la estrella de Tabby.
En un artículo de SEAT enfocado a este día tan importante, que tiene como protagonistas a las mujeres y niñas en la ciencia, se destaca la unión intergeneracional de todas las mujeres en base a la discriminación que han sufrido y siguen sufriendo.
Así, según la Unesco, en las áreas STEM –ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas– tan solo un 30% de los estudiantes son mujeres.
Además, si se echa un vistazo al mundo de la investigación, ya bastante castigado por la falta de fondos a nivel general, la proporción de mujeres investigadoras principales en proyectos nacionales es del 26,1%, mientras que es media se reduce si se habla de proyectos europeos, según el informe Mujeres Investigadoras, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
De esta forma, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebra cada 11 de febrero el día internacional de la Mujer y la Niña en la Asamblea Científica, con el objetivo de cumplir con el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 9, referente a la innovación, sin dejar de lado a todas aquellas mujeres científicas.
En esta lista encontrarás nombres menos conocidos de mujeres en la ciencia para celebrar este día, que pretende visibilizar a esa mitad de la población que, la mayor parte de las veces, es silenciada e invisible.
Allene Rosalind Jeanes y la zarzaparrilla
Aunque la zarzaparrilla es un refresco poco conocido en los países europeos, en Estados Unidos se consume con asiduidad. Esta bebida consiste en una cerveza de raíz, la cual tiene su versión alcohólica también.
Durante los años 40, llegó a manos de Allene Rosalind Jeanes, química especializada en carbohidratos, una remesa de zarzaparrilla defectuosa, la cual investigaba la científica en el departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA).
Esta partida de zarzaparrilla tenía más viscosidad, debido a que las bacterias que la habían contaminado estaban produciendo dextrano, un compuesto parecido a la baba que se investigaba por su posible uso como expansor del plasma sanguíneo, algo crucial para salvar de la muerte a pacientes que habían perdido grandes cantidades de sangre.
Por fortuna o por desgracia, en 1950 Estados Unidos se metió de lleno en la conocida guerra de Corea, lo que aumentó el número de soldados del país que morían desangrados. De esta forma, la dextrina de Rosalind Jeanes se convirtió en el sustituto perfecto del plasma, más caro y menos eficaz.
Además, a la dextrina no le hacía falta mantenerse refrigerada, por lo que este descubrimiento ayudó a que numerosos soldados norteamericanos que lucharon en esta guerra pudieran sobrevivir.
A pesar de este hallazgo, su descubrimiento más importante fue la goma xantana, un aditivo alimentario que se utiliza en la actualidad para dar consistencia a salsas y otros preparados procesados.
Ștefania Mărăcineanu, una mención olvidada en el Nobel
Los linajes científicos, como el de Joliot-Curie, en ocasiones, pueden llevar a que otros nombres menos significativos no queden reflejados en el olimpo de los premios Nobel. Tal fue el caso de Ștefania Mărăcineanu, química rumana que consagró su carrera científica al estudio de la radioactividad.
Sin embargo, en 1935, la hija de Pierre y Marie Curie, Irène Joliot-Curie, junto a su marido Frèderic Joliot, recibían el premio Nobel de Química por su trabajo en la síntesis de nuevos elementos radiactivos.
Este galardón, desgraciadamente, invisibilizaba la labor en este campo de Mărăcineanu, quien había destinado todos sus esfuerzos a entender mejor la radioactividad y estos nuevos elementos.
De esta forma, la científica rumana redactó numerosas misivas a la Real Academia de las Ciencias de Suecia, algo que, al año siguiente, haría oficialmente la Academia Rumana.
Condenada al ostracismo científico y al olvido, a pesar de haber ofrecido respuestas a algunas cuestiones clave de la radioactividad, pasó el resto de su vida investigando la relación entre esta y la lluvia.
Aun así, no cejó en sus esfuerzos por hacerse ver y siguió mandando cartas de denuncia a la propia academia rumana. Como muchos otros científicos que estudiaron elementos radiactivos, Mărăcineanu murió en 1944 a causa de un cáncer.
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