Las lecciones de la pionera del #MeToo en España
Hay una escena en Nevenka, el documental recién estrenado en Netflix, que resume a qué se enfrentaba una mujer que denunciara acoso en la España de 2001. La protagonista lleva a juicio al poderoso alcalde de la ciudad de Ponferrada Ismael Álvarez y los vecinos salen a la calle para mostrar su indignación. Pero no con el agresor, sino con la víctima. “¡A mí nadie me acosa si yo no me dejo!”, grita una señora.
Nevenka Fernández ganó la primera querella por acoso contra un político en España, convirtiéndose sin saberlo en la pionera de un movimiento al estilo del #MeToo que no terminó de despegar. El fiscal tuvo que ser apartado del caso tras interrogarla como si el delito lo hubiera cometido ella, los compañeros de partido le dieron la espalda y la estigmatización forzó su marcha al extranjero. A pesar de la victoria judicial, el precio pagado dejó un aviso a otras mujeres en su situación.
Nevenka nos traslada a una España machista e insensible ante el acoso, un país que, en parte gracias al movimiento feminista, desde entonces ha hecho importantes progresos y ahora se sitúa como el octavo país con más igualdad del mundo. Las españolas no pudieron abrir su propia cuenta bancaria hasta 1975 y hoy están entre las que más presencia tienen en política y en el sector empresarial. ¿Quiere eso decir que la batalla por la igualdad está ganada? ¿Es el progreso de estos años irreversible? La respuesta a ambas preguntas es no.
La reemergencia de la extrema derecha ha coincidido con una ofensiva encaminada a cuestionar derechos de la mujer y tumbar políticas de protección todavía necesarias. Grupos ultracatólicos tratan de avanzar una agenda retrógrada sobre su papel en sociedad y defienden que es el hombre el que está siendo discriminado. Vox, la tercera fuerza del país, lidera en el parlamento un movimiento que niega la existencia de la violencia de género. “Es imposible demostrar machismo porque a ninguna mujer se la agrede por el hecho de serlo”, aseguró hace unos días en el Congreso la diputada Carla Toscano.
La afirmación, en un país donde más de un millar de mujeres han sido asesinadas por sus parejas desde 2003, y miles siguen sufriendo el maltrato en silencio, es negligentemente disparatada.
Uno de los éxitos del nuevo negacionismo del machismo ha sido contaminar de ideología lo que debería ser una mera cuestión de derechos. El término feminismo, que la Real Academia de la Lengua define como “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, es utilizado por medios y políticos conservadores como un insulto; programas de prevención en violencia de género son denostados con generalizaciones simplonas; y las celebraciones del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, se enfangan en peleas políticas para desviar la atención de lo importante.
Uno de los grandes consensos de la democracia, la unión de todos los partidos en la lucha por la igualdad, ha saltado por los aires.
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