“Las cincuenter somos disfrutonas después de haber pasado la invisibilidad”
“¡Con lo que me presta a mí Pikara!”. Así contestó Yolanda, la de La Santa, al descolgar el teléfono para la entrevista. Yolanda Lobo Arranz y La Santa Sebe, el bar de copas que regentó entre 1985 y 2014, aproximadamente (“soy muy mala para las fechas, cari”), son toda una institución en Oviedo. Una institución, en el caso de la persona, que, tras atravesar su propia “travesía en el desierto” tras el cierre de La Santa, organizó el pasado mes de junio el encuentro Cincuenter en la capital asturiana: “Queríamos mostrar la red entre mujeres cincuenter que nos podemos ayudar porque están las que están arriba, las del revolcón y las invisibles”. Un evento de, para y por las mujeres que están en la cincuentena, en “la flor de la vida”, que pisaron fuerte para ganar espacios en los años 80 y 90 y que se reivindican en esos espacios. “Porque cincuenter es un estado de ánimo, de vida, no una edad”, afirma con toda la seguridad que da el poso de ser una disfrutona que sabe algo de lo que va la vida. Más que nada por experiencia.
¿De dónde surge organizar el encuentro Cincuenter (de cincuenta e influencer)?
Era una manera de romper los estereotipos que se crean en las redes. A partir de los 50 vivimos de otra manera, mucho más liberadas, sin muchas ataduras familiares, quitas muchos lastres de la mochila, tienes muchísima experiencia… Ya no te tomas la vida tan a la tremenda, más serena profesionalmente, aunque se nos aboca a la invisibilidad. Yo digo que hay tres estadios a partir de los 50: o estás en las cotas de poder, de estatus, como yo cuando tenía La Santa; o pasas por el camino de la invisibilidad; y luego está la crisis, que te saca del mundo laboral y te dicen que no pongas foto en el currículum ni digas que eres cincuenter, cuando te tienen que valorar como tal porque traes una experiencia que no tenías hace 20 años. Estoy en la plenitud de mi vida: búscame por mi edad. ¿Cómo es el mito de que estamos fuera? Las cincuenter hicimos la transición feminista y es importante que estemos presentes para romper estereotipos y roles. A mí me inspiró mucho que Rosa Regás empezara a escribir a los 50. A nivel personal coincidió con dejar La Santa y la noche. Empezar a funcionar por el día fue un choque grande, ¡y yo tengo más horas de barra que Nadia Comaneci!
A veces la presencia femenina no asegura una mayor empatía.
Siempre hay algún topo. En el poder hay muchas cincuenter y eso es un proceso de los 80 para acá. Y no es por cuota, es por derecho propio. En la noche ¿quién tenía bares? Avergonzabas a la familia. Menos La Santa, que era un bar distinto, pero también era ¡un bar tan transgresor! Éramos mayoría mujeres, pero costó hacerte respetar en la noche, costó enseñarles. En las reuniones de hostelería estabas como la nota de exotismo ciudadano. Luego te dabas cuenta de que te apartaban, ya te habían enseñado. ¡Uno de una bebida nos dio en una ocasión ¡una plancha por vender mucho! Me puse como una fiera y no la vendimos más. Yo venía de la militancia feminista. Luego te llamaban los proveedores preguntando por el jefe: “Mira, vas a colgar y vas a volver a llamar preguntando por las personas responsables del local, que no es tan difícil”. Hay bebidas que no vendimos en el bar porque era un machista el que lo distribuía. Nosotras éramos unas intrusas en la noche, y la noche puede ser muy sucia.
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