Sin nombre y sin sombrero: las artistas borradas de la Generación del 27
«¿Por qué no podremos ser nosotras sencillamente sin más, no tener nombre, ni tierra, no ser de nadie ni nada, ser nuestras, como son blancos los poemas y azules los lirios?», escribía Ernestina de Champourcín a Carmen Conde el verano de 1928. Probablemente no podrán citar ni una sola de las obras de estas autoras ni les pongan cara. Incluso es posible que nunca hayan escuchado sus nombres, a pesar de que los poemas de la primera, por tomarla como ejemplo, fueron incluidos en la antología de Poesía española contemporánea de Gerardo Diego de 1934 junto a otros artistas que de seguro les sonarán: Luis Cernuda, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Pedro Salinas.
Aunque es posible que aún no lo sepa, todos -ellos y ellas- son artistas de la Generación del 27. Convivieron en el espacio y en el tiempo, compartieron amistad, se influyeron mutuamente y fueron condenados al exilio. La obra de ellos volvió, se reconoció y se incluyó en los libros de texto, algo así como el instrumento de la historia oficial para perpetuarse. Los nombres de ellas siguen, 89 años después, sin formar parte de la nómina de creadores que les pertenece. Sus creaciones se borraron con disimulo de un relato histórico que Tania Balló se ha empeñado en reescribir en Las Sinsombrero.
«Para mí, Las Sinsombrero son todas las mujeres que tomaron la decisión de irrumpir en un mundo tan masculinizado como el arte y en un modelo cultural que las relegaba a la sección femenina o, como mucho, al arte para mujeres», explica la coordinadora del proyecto, una iniciativa coral de la que también forman parte Serrana Torres y Manuel Jiménez.
El término para aglutinar a todas las artistas del 27 no se lo ha inventado ella. De hecho, ya existía en la época y responde a un gesto muy simbólico de quitarse el sombrero en público que protagonizaron Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico García Lorca en la Puerta del Sol. «Nos apedrearon llamándonos de todo», relata la misma Mallo en unas grabaciones tras volver del exilio.
Aunque no les suene de nada, esta pintora influyó y fue influida por su compañero Dalí en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En el exilio se codeó con Picasso, Magritte o Miró y fue referente surrealista en Nueva York. Murió en España sin un ápice de reconocimiento, atormentada por el olvido.
Posiblemente en todos los momentos de su vida las artistas fueron muy conscientes de que la permanencia de su legado artístico iba a ser complicada. «Cada vez que pienso en una autobiografía tengo una sensación muy rara […] porque cada vez que me pongo seria, siento que me sale bigote y me digo: ¡qué barbaridad!», solía decir la editora Concha Méndez, pareja de Luis Buñuel durante siete años.
Apenas las recuerdan tampoco sus propios compañeros de generación. «En esa sociedad machista donde las mujeres estaban predestinadas a ser madres, esposas y beatas, los hombres se enfrentan a un grupo de artistas que no piden permiso, que están dispuestas al trato del tu a tu. Ellos las aceptan pero no las recuerdan, y no porque no sepan sus nombres», afirma Balló tras empollarse las biografías de diez esas diez mujeres. Solo conocerlas en detalle le ha llevado siete años. «Son todas las que están, pero no están todas las que son», recalca.
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