“¿Alguien quiere que su hija tenga menos derechos que su hijo?”
Vine al mundo en un pueblo de campiña jiennense situado junto al río Guadalquivir, Villanueva de la Reina, hija de Felipe y de Ana, una familia humilde donde aprendí a valorar el esfuerzo para salir adelante con la única riqueza de tus manos. Por casualidades de la vida, mi maestra, Doña Manolita, me presentó a unas pruebas para optar a una beca, y mira por donde me la dieron, ¡me tocó la lotería! Me dieron una beca para estudiar y mi padre y mi madre pensaron que merecía la pena intentarlo. Nunca se lo agradeceré bastante.
Ahora es normal que una niña vaya al colegio, pero en aquel momento, en plena dictadura durante los años 60, era algo extraordinario, porque eran pocas las personas que salían del pueblo para estudiar: la mayoría salían de la escuela para ponerse a trabajar y ayudar en casa. Además, era más complicado por ser una mujer, para quien los cánones de la época todavía marcaban que estabas predestinada a ser “una mujer de tu casa”. Con aprender lo básico en la escuela y lo que llamaban “las labores propias de tu sexo” tenías bastante. Para mí, estudiar, supuso un pasaporte al futuro que me esforcé en aprovechar.
No obstante mi madre, por si lo de los estudios fallaba, me ponía los veranos a aprender a coser con una modista. Y yo, en mi inocencia, pensaba: ¿cómo es que además de que no cobras se lo tienes que agradecer? Eran otros tiempos. Así que cuando tuve edad dedicaba los veranos a trabajar, ya en una fábrica de conservas en Cataluña, ya en el campo en Francia, ya dando clases particulares… Donde por lo menos se cobraba para ayudar un poquito en casa. Nunca he querido renunciar a mi origen, muy al contrario, recordarlo me pone los pies en el suelo, de alguna manera marcó mi forma de ser, aprendí que había que luchar por una sociedad más justa, donde todo el mundo tenga las mismas oportunidades al margen de su origen social.
Si hay alguna palabra que define mi relación con la enseñanza pública es compromiso. No me gusta pasar de largo por los problemas, prefiero equivocarme actuando que arrepentirme por no haberlo intentado. Como dice un poema de Maria Mercè Marçal con el que me identifico:
“Al azar agradezco tres dones: haber nacido mujer,
de clase baja y nación oprimida.
Y el turbio azur de ser tres veces rebelde”.
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