Así es ser mujer, gitana y feminista
Las mujeres blancas tenemos claro que seguimos padeciendo el machismo día a día, pero se nos olvida que hay otras que no solo sufren por ser mujeres, sino también por ser de otra clase social, de otra cultura o de otra raza o minoría étnica. “Yo soy mujer, soy gitana y soy feminista”. Así de segura habla siempre María José Jiménez, presidenta de la Asociación de Gitanas Feministas por la Diversidad, la voz de muchas personas —no solo mujeres— que trabajan por dejar de ser discriminadas o invisibilizadas: los gitanos. Su lucha es larga, pero ella sabe bien cómo andar ese angosto camino.
El desconocimiento sobre el pueblo gitano es enorme en esta sociedad tan abierta y receptiva con otras culturas. Abundan los estigmas y estereotipos: se parodian sus vidas, se caricaturiza su forma de hablar. A muchos ojos son ladrones, vagos, analfabetos y, sobre todo, machistas. Pero no es así. “Es cierto que tenemos nuestro propio patriarcado. Pero los gitanos están atravesados por, exactamente, las mismas características machistas que los payos”, nos cuenta Maria José por teléfono. “La única diferencia es que vosotras ponéis límites a ese machismo y el sistema os ayuda a ponerlos. De hecho, facilita esa igualdad, pero a nosotras sigue teniéndonos apartadas en un ambiente de marginalidad”, asegura.
Sin embargo, los frentes abiertos sí son más. “Nos sentimos oprimidas por todas partes. Existe un patriarcado interno y otro externo, el gitano y el payo, que aprietan de una manera feroz a las mujeres gitanas. También hay payos que se creen conocedores de qué es ser gitana y qué necesitan las gitanas y quieren venir a ‘salvarnos’, pero no nos dan voz ni instrumentos para decirlo por nosotras mismas”, dice Maria José.
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