Gracias al feminismo, mantenemos la esperanza
Manifestaciones masivas por la educación pública, manifestaciones masivas por la sanidad universal, manifestaciones masivas por la regeneración democrática o por el cambio radical en las instituciones. Había concentraciones a todas horas, por todas partes. En 2011 se abrió una época de movilizaciones que cambió por completo el debate político en España. Las mareas llenaban las calles y las redes, se crearon nuevas organizaciones civiles, proyectos y hasta empresas impregnadas de aquella brea de cambio, nacieron nuevos partidos políticos y los partidos tradicionales tuvieron que pensar cómo reaccionar.
Pero esa fase pasó. Desde 2014, se pueden contar con los dedos de una mano las grandes manifestaciones inspiradas por aquel ambiente post15m y que no hayan sido convocadas por algún partido o tengan que ver con el debate nacionalista. Hubo una relativamente grande por la República justo después de la abdicación del rey, y luego un gran apagón. Con excepciones, claro, y de vez en cuando se ven destellos como el de la reciente manifestación antirracista, pero casi nada sostenido.
Pudo ser por cansancio ante el (eficaz) inmovilismo del Gobierno; o pudo ser por una especie de fe repentina en la capacidad de los nuevos partidos como Podemos para solucionar la situación sin que la tensión social fuera necesaria. Pero la fase pasó y las manifestaciones desaparecieron casi por completo, los nuevos líderes de opinión en redes sociales se apagaron bastante y muchas de las nuevas organizaciones se desinflaron. La opinión pública no perdió interés en la política, pero el foco se puso en las batallas electorales, dejando poco a poco de lado la reivindicación de ideas desde la sociedad civil.
La gran excepción a esta regla general es la del feminismo, el único movimiento regenerado tras el 15M (donde a su vez se abrió paso con dificultad) que ha conseguido mantener e incrementar su potencia 5 años después. Más allá de si se está de acuerdo plenamente con cada una de los argumentos que pueda defender una persona o un grupo feminista, la potencia del debate que abren tiene un impacto directo sobre las conversaciones en los bares, los chistes que contamos, sobre lo que somos capaces de asumir como un defecto. Nos están cambiando la vida.
El feminismo rompió la tendencia de cansancio en 2014 con varias manifestaciones apabullantes contra la ley del aborto de Gallardón. Tan apabullantes que acabaron por convencer a Rajoy de que no vivía en el país que él creía: ni siquiera para muchas de sus votantes, la ley era sensata. Con discreción, la acabó guardando en un cajón, lo que provocó la dimisión de Gallardón como ministro.
Luego vinieron más movilizaciones. La más significativa fue la del 7 de noviembre de 2015. Mientras todos los ojos estaban pendientes de las elecciones generales del 20 de diciembre, una enorme manifestación con mujeres autoorganizadas y desplazadas desde diferentes ciudades colapsó el centro de Madrid. La más multitudinaria posiblemente fuera la del pasado 8 de marzo, un Día de la Mujer absolutamente desbordado en varias ciudades españolas por una asistencia récord. Todas esas manifestaciones tenían ese ambiente especial, diferente, que indica una potencia nueva que es fácil de identificar para quien suela ir a manifestaciones.
El ejemplo más reciente ha sucedido la semana pasada. Solo espoleadas por lo que han visto en los medios, el activismo feminista ha conseguido juntar casi de la nada a miles de personas en Madrid al grito de “Nosotras somos la manada” para protestar por la revictimización de las mujeres que sufren agresiones sexuales.
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