Cuando no te sientes cómodo ni siendo hombre ni mujer
“Soy queer”, le dije a Charlie… una manera sutil de comenzar. Para alguien milénial como yo, usar ese término no binario es como decir: “No soy como las demás chicas”.
Es verdad: no era como las otras chicas. Ni siquiera un poco. Cuando conocí a Charlie, las cosas me empezaron a parecer más complicadas.
Nací con el sexo femenino asignado, pero conforme crecía me sentía menos y menos femenina. No siempre supe que era transgénero: fue hasta que el cuerpo que amaba —mi cuerpo infantil andrógino— se convirtió en algo inconfundiblemente femenino.
Me crecieron senos y de pronto ya no me reconocía.
Creí que mi incomodidad se debía al “impuesto femenino” que las personas con cuerpo de mujer pagan por existir en una cultura dominada por los hombres. ¿Quién querría ser una chica si las tratan tan mal? Después de suficiente discriminación, de que te vean con morbo y que te manoseen o de soportar suficiente degradación, cualquiera podría hartarse de lucir como mujer.
Nada me quedaba. La ropa para mujer es delgada. Los zapatos son incómodos. Se supone que las mujeres deben ser limpias, tiernas y lindas. Tenía todos los mismos problemas de ser mujer, acompañados por la extraña culpa de sentirme como una intrusa en los espacios pensados para mujeres, como vestidores y probadores. Pero debido a que tenía senos, me veía como mujer.
Aun así, me iba bien con el cuerpo que tenía. Modelé con él, jugué con él, aprendí con él, bailé con él, trabajé con él, tuve sexo teniéndolo, tuve un bebé con él e incluso tuve un matrimonio breve e infeliz en él.
Sudaba cuando alguien me llamaba “ella” o me hacía cumplidos por mis rasgos femeninos, pero también aprendí a camuflar mi cuerpo de una manera que honraba mi identidad, con sostenes deportivos, pantalones de mezclilla para hombre, Doc Martens y la ropa de mis novios. Aprovechaba al máximo medir 1,82 metros y tener una apariencia algo imponente.
Funcionó: si usaba ropa para hombre, me di cuenta de que las mujeres que cruzaban la calle evitaban cruzarse conmigo de noche.
No corregía las suposiciones de la gente acerca de mi identidad porque era más fácil para ellos y para mí. Andar por ahí con cuerpo de mujer ya era suficientemente difícil.
Ni siquiera tenía las palabras para expresar por qué me sentía diferente hasta hace unos años, cuando conocí a alguien con quien establecí una conexión de una manera que hizo imposible negar que era igual a esa persona. Era un ello (lo adoptó así como un pronombre neutro) y orgulloso de serlo. Había encontrado una solución que me pareció lógica. ¿Por qué debía conformarme con los términos binarios de género si ni lo masculino ni lo femenino me acomodaban?
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