María Sánchez: «Las mujeres son las grandes olvidadas del campo»
Hace unos meses, María Sánchez (Córdoba, 1989) leyó que había surgido en Madrid una iniciativa llamada La escalera. Consistía en invitar a conocer a los vecinos de un edificio usando pegatinas en los buzones. A Sánchez le causó una especie de ternura y gracia. No por el contacto vecinal que iba a propiciar esta ocurrencia, sino por la insostenible analogía con el mundo rural. Allí la convivencia no se fuerza, sino que se desparrama como parte inveterada de su esencia natural.
«Pensaba en mi abuela y en todas las mujeres en los pueblos. En sus casas. Con las puertas abiertas, con los zaguanes siempre encendidos. Unas pendientes de otras, cuidándose entre ellas. Cruzando sus calles con las ollitas calientes, con cestos llenos de huevos y verduras, con el pan bajo el brazo. Compartiendo. Sin necesidad de buzones ni pegatinas».
Así describe la escritora cordobesa los vínculos que se establecen en la comunidad del campo en Tierra de mujeres. Una mirada íntima y familiar al mundo rural (Seix Barral). Sánchez es la primera mujer de su familia en dedicarse a un oficio, veterinaria de campo, tradicionalmente desempeñado por hombres. Agarra su furgoneta al alba y recorre España entera. Asiste a ferias y degustaciones de queso, y entra a desayunar a las siete de la mañana en los bares repletos de ganaderos. También cuida de una raza de cabras, conocida como La Florida, por su moteado rojo.
Su experiencia cimenta un libro en el que aborda el trabajo de la mujer en el medio rural, la necesidad de un «futuro sostenible», la importancia de preservar la ganadería extensiva y el mimo hacia un lenguaje relegado. Y todo ello sin concesiones a la nostalgia o los prejuicios. Desde la crítica a la inacción institucional y un sistema que opaca las garantías locales en la producción agroalimentaria. «En Francia los supermercados tienen quesos tradicionales. Aquí no valoramos lo que tenemos», admite a EL MUNDO.
«Defiendo un modo de producción en los márgenes», apostilla. En los márgenes de un sistema que en España ha condenado al 53% de la superficie nacional, justo el que está afectado por el envejecimiento demográfico y la pérdida de habitantes. Un territorio en el que crece lozana la airosa flor de la «la memoria poética» de la que habló Lorca, cuya literatura rebosaba de expresión popular, precisamente, por su querencia por ver y oír lo que hacían y decían las sencillas gentes del campo. Pero también una tierra lastrada por el olvido. «Se impone una cultura urbana supremacista que desdeña los pueblos como unos lugares que sólo sirven para refugiarse el fin de semana. El campo no necesita literatura, necesita servicios básicos», puntualiza.
Leer el resto del artículo en El Mundo.