Escuelas (in)seguras
La diva de mi adolescencia recibió hace unos días el premio GLAAD “Defensora del cambio” 2019 por su apoyo al colectivo LGBTIQA+ y en su discurso ha dicho que “elegimos el amor y no nos rendiremos”.
Hace 29 años, entre mayo y julio de 1990, me sucedieron varios acontecimientos vitales importantes: fue mi peor curso escolar, superado finalmente con éxito en junio; el premio fue poder asistir al concierto de Madonna ese mes de julio en Vigo y la despatologización de la homosexualidad por la Organización Mundial de la Salud.
Mientras era muy consciente de los dos primeros, no supe hasta años después lo que hoy se conmemora. Aquel 17 de mayo de 1990 ni siquiera imaginaba, a mis 15 años, que pocos meses después empezaría a sentir por una chica una atracción que hasta ese momento se había considerado patológica.
Como cada cual, nos construimos y reconstruimos el relato de nuestras vidas; ahora pienso que era premonitorio que la única cantante de la que he sido fan promoviera la diversidad y la libertad de amar, por lo que no creo que fuera casualidad que me gustara tanto.
Pasadas casi tres décadas, eligiendo el amor como bandera y descartando la rendición como opción, me pregunto si ahora mismo las escuelas son más seguras que cuando cursaba 3º de BUP y empezaban a gustarme las chicas. Y no puedo responder categóricamente que sí.
No puedo afirmar que las escuelas sean seguras porque cada vez que se lo pregunto al alumnado, tanto de mi propio centro como de otros (desde que comenzamos la tutoría LGBT y el grupo de apoyo al alumnado LGBT hemos estado en una docena de centros) responden tajante y unánimemente que no. El hecho de que los centros educativos no sean lugares seguros para las personas no heterosexuales o con diversas expresiones o identidades de género es el motivo fundamental por el que no se visibilizan. Lógico cuando no se sienten protegides ante, por ejemplo, insultos normalizados como “maricón” o “bollera”.
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