«No te doy dos besos porque eres un chico y te he conocido como tal»
En la cabeza de Iraide Leguina todavía retumba la frase: «No te doy dos besos porque eres un chico y te he conocido como tal». Un claro ejemplo del discurso del odio que recibe como miembro del colectivo trans y que pone en peligro los avances conseguidos en materia de LGTBI. «Hemos avanzado mucho y hay leyes que nos protegen, pero también es cierto que al haber ganado en visibilidad y derechos, han ido en aumento las agresiones y estigmatizaciones», señalaba hace unos días esta zornotzarra trans de 30 años en el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia.
Pese a que en su caso han sido mínimos los gestos de rechazo recibidos, Euskadi registró el pasado año 39 delitos de odio relacionados con el sexo. Acabar con estas cifras es uno de los objetivos que quedan por hacer y para lo que Leguina admite que «hay que trabajar desde pequeños combatiendo los prejuicios y educando en clave de igualdad, respeto y libertad de expresión».
Esos prejuicios que «nos han inculcado desde pequeños, lo tomas como algo normal» y no solo avivan la LGTBIfobia sino que a su juicio entorpece que las personas puedan construir su identidad o vivir de forma positiva su orientación afectivo-sexual. Por eso la lucha contra la homofobia, transfobia y bifobia no debe centrarse en el 17 de mayo sino cada día del año.
Iraide siempre supo que algo no encajaba. Su persona no casaba con su cuerpo, pero lo aceptaba. Y con diez años empezó a llamarse a sí misma Oihana. En su intimidad. Ese sentimiento de miedo por el tabú social que rodea al cambio de género, la llevó a ocultarlo y no fue hasta los 20 años cuando lo vio con nitidez. Sintió la necesidad de verse en el espejo como la mujer que era.
«Alivio inmenso»
El salir a otra realidad fuera de su Amorebieta natal y sumergirse en el mundo universitario le permitió encontrarse a sí misma. También la ayudó a conectar con el centro de atención a gays, lesbianas y transexuales Aldarte de Bilbao y recibir el apoyo de su familia. Todo ello la permitieron sentirse arropada y tomar las fuerzas para poder vivir como Iraide. «Tenía miedo a cómo se lo tomara la gente y eso me hizo retrasar todo mi proceso, fue poco a poco. Pero cuando llegó el momento en lugar de llamar tire la puerta», admite. Ese mostrarse primero en familia y amigos y luego en sociedad, tal y como ella era, supuso un «alivio inmenso». «Si lo hubiera sabido, lo hubiera dicho antes».
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