La pesadilla de los «dreamers» llega al Supremo en Estados Unidos
Solo tenía cuatro años, pero Daniela Ramírez asegura que hay un recuerdo del viaje que el tiempo no ha podido borrar de su memoria. “Vine con mi abuela y con mi primo, con un coyote”, recuerda. “Subimos a un todoterreno. Mi abuela y los demás adultos iban escondidos abajo, apretados en un compartimento secreto que tenía el coche. Arriba viajábamos los niños, sentados en sillitas. Debíamos de estar cerca de la frontera, porque un agente paró el carro y se puso a hablar con el coyote, que era una mujer. Entonces el oficial me miró y me preguntó algo. Yo no sabía nada de inglés, y todo lo que pude responder fue: ‘México’. Así que nos mandaron para atrás”.
Lo cuenta, con una mezcla de emoción y risa, en el salón compartido de la residencia de estudiantes donde vive. Hoy Daniela tiene 20 años y estudia Ciencias Políticas en la universidad de George Washington, en la capital del país al que llegó al fin después de un segundo viaje, en el que ya aprendió a no decir México.
“Esos recuerdos son parte de mi historia”, explica. “Me doy cuenta de lo fuerte que tuve que ser y de lo que he tenido sobre mis hombros. Es mucha responsabilidad ser un migrante, y todavía es más duro para los pequeños. Yo he crecido traduciendo a mis padres, en las reuniones con maestros, en las consultas de los médicos, en todo. Ya sé que no cruzamos legalmente. Pero veníamos al país de los sueños”.
Su madre había emigrado un año antes. “Quiso que tuviéramos todo cómodo cuando llegáramos”, cuenta Daniela. Se reencontraron en Atlanta, Georgia, en el sur del país. Los comienzos no fueron fáciles. “Lloraba todos los días en el jardín de infancia, no sabía ni cómo preguntar para ir al baño”, asegura. “Pronto me di cuenta de que, si quería avanzar, necesitaba ponerme las pilas. Sabía que lo mejor para mi familia era que yo estudiara. Así que me quedaba más tiempo con los profesores, que me ayudaron mucho. Al fin, obtuve una beca y me convertí en la primera de mi familia en ir a la universidad”.
No lo habría logrado si no fuera por la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés). Una medida introducida en 2012 por la Administración Obama, que permite vivir sin esconderse a los jóvenes que llegaron a Estados Unidos siendo niños. Hay cerca de 800.000 beneficiarios de la DACA, a los que se conoce como dreamers (soñadores). Gracias a la medida gozan de permiso de trabajo y están protegidos contra la deportación. O lo estaban.
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