Yayer, la niña que ya es mayor
Hace un año, Ater Khorthang, 18 años recién cumplidos, cogió la moto de su familia y salió de Phapounkao, su aldea, en busca de esposa. Condujo dos horas por la enredada carretera que atraviesa las montañas y llegó a Samakhixay, otro pequeño pueblo. Se tomó algo, saludó a un par de conocidos y vio a Ya Yer, una niña de 16 años a la que sus vecinos le han unido el nombre con el apellido para convertir el resultado en su apodo: Yayer. Charlaron unos minutos, se sonrieron con timidez y quedaron en volver a verse.
Ater regresó al cabo de una semana. E iría 9 veces más en los siguientes 3 meses. En la última de sus citas, Yayer se escapó con Ater sin avisar a sus padres. Llegaron a Phapounkao, la aldea de Ater y, al cabo de unos días, se casaron. Yayer se instaló en casa de la familia de Ater y, tres meses después, regresó a su aldea para decirle a su familia que se había casado. “Es un chica muy bonita y muy buena. Decidí que ella fuera mi esposa porque era la más bonita del pueblo”, dice Ater. Yayer sonríe, se ruboriza y baja la mirada.
Pocos meses después de dar parte a su familia, Yayer se quedó embarazada. Acababa de cumplir los 17. Ahora está de 16 semanas, ya se nota su barriga. Va a ser una niña, aunque todavía no saben qué nombre le pondrán. En esta zona de Laos no se decide el nombre de los bebés hasta que cumplen 3 o 4 meses. Es decir, hasta que los padres tienen cierta certeza de que el bebé sobrevivirá. ¿Para qué otorgarle un nombre antes cuando no se sabe si saldrá adelante?
“En esta región que una niña llegue a los 18 o 19 años sin haberse casado se considera una vergüenza. De modo que los embarazos infantiles aquí son habituales”, explica Karan Courtney Haag, responsable de Nutrición de Unicef en Laos, que da apoyo al desarrollo infantil en el país. Esta región es Phongsaly, la más septentrional de Laos, frontera con China. Es una de las provincias más pobres del país, habitada por vecinos akha, una de las varias etnias que viven en Laos.
Su pobreza se debe, sobre todo, a su aislamiento: Phongsaly está cubierta de selváticas montañas atravesadas por una única carretera que se enreda en mareantes curvas para conectar las aldeas que salpican la zona. La vida aquí se hace sobre el río de asfalto: los niños juegan en las cunetas y los vecinos se mueven por ella en motos mil veces arregladas. Más allá todo es inaccesible. El paisaje, enorme y frondoso, la lejanía de cualquier núcleo urbano y la distancia cultural de sus habitantes (algunos miran boquiabiertos al visitante occidental) acunan una sensación de haber llegado a un sitio remoto, lejano a todo.
La aldea donde viven Yayer y Ater, Phapounkao, está a 5 horas del aeropuerto más próximo. Lo más lejos que han ido ambos es a la capital de la provincia. Estuvieron dos veces en su vida.
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