Ni un niño en la estacada
“Señores de la academia, han distinguido a un actor con discapacidad, ¡no saben lo que han hecho!”. Jesús Vidal sí sabía bien lo que hacía cuando pronunció estas palabras al agradecer su premio Goya como mejor actor revelación por la película Campeones. Estaba ejemplificando lo que puede lograr una verdadera inclusión para reclamar, tal como establece la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, la participación plena y efectiva de estas personas en la sociedad, en igualdad de condiciones que los demás.
Uno de cada ocho adultos vive en el mundo con una discapacidad, es decir, más de mil millones de personas. Entre los niños, se estima que uno de cada diez nace con alguna discapacidad o la adquiere durante los primeros años de vida, la etapa en la que el cerebro alcanza su nivel máximo de desarrollo. Esto los convierte en una población doblemente vulnerable, especialmente en el caso de las niñas que se ven, al igual que las mujeres, inmensamente afectadas por la violencia, el abandono y la explotación. Asimismo, según Unicef, los jóvenes con discapacidad son tres veces más vulnerables a ser víctimas del bullying o acoso escolar.
La inclusión de los niños requiere, por todo ello, la máxima atención. Se trata de un tema de derechos y de equidad pura pero, además, hay que considerar que unos 26 millones de personas con discapacidad viven con menos de un dólar por día. Es decir, muchos menores viven en hogares que de por sí afrontan pobreza (en algunos casos extrema), y una discapacidad puede agravar la situación si el entorno, la comunidad y los servicios sociales se convierten en barreras en vez de en herramientas y canales de inclusión para esos niños y sus familias. Por otro lado, si no reciben una atención adecuada, se verán privados de alcanzar todo su potencial, y sus posibilidades de acceder a niveles educativos más altos y, por tanto, a mejores perspectivas de empleo en el futuro, se verán gravemente afectadas.
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