¿Dónde están las expertas en la crisis del coronavirus?
¿Dónde están las expertas? Es la pregunta que ronda desde hace varios años las redes sociales, las organizaciones feministas, las redacciones. La inquietud -y la indignación- por la masculinización de los espacios de opinión y de las fuentes expertas es uno de los puntos de la agenda feminista que más se ha repetido en los últimos tiempos. La pregunta no es solo una pregunta, sino un intento de señalar las inercias aún machistas en el reparto de cuidados y la disponibilidad de tiempo, las penalizaciones sociales o las diferencias a la hora de socializar a mujeres y hombres. En medio de una crisis sanitaria sin precedentes, la pregunta se ha repetido: ¿qué pasa con las expertas?, ¿por qué un vistazo rápido nos hace ver que la mayoría de análisis los siguen haciendo hombres?
Para la redactora jefa del Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC), Pampa García, el desequilibrio ha sido evidente desde el comienzo de la pandemia. «No es que el porcentaje haya empeorado respecto a lo que solía suceder, pero en los últimos años las personas que cubrimos ciencia en España estamos especialmente concienciadas en contar con fuentes femeninas. Lo tenemos presente y buscamos fuentes pero aún buscándolas sigue costando más encontrarlas». No obstante, la valoración sobre su trabajo durante la crisis es positiva: «Tradicionalmente sí nos ha pasado que llamamos a una investigadora de un ‘paper’ y derivarnos a su jefe por si se enfada o a su compañero porque dice que no es realmente especialista en esto. Durante la pandemia no nos ha pasado, quizá porque el tipo de información que hacemos en SINC hace que investigadores e investigadoras se sientan cómodos porque saben que prima el rigor y les da menos miedo».
Ahí reside una de las razones del mayor arrojo masculino a la hora de exponerse y de la inhibición en ocasiones de muchas mujeres: el miedo. Muchas expertas apuntan al acoso online, al señalamiento de la ambición femenina y también, en mayor medida, de los errores de las mujeres, incluso a las reticencias entre colegas, como factores que contribuyen a reproducir esta inercia. García Molina apunta otra razón: «Estamos cubriendo un fenómeno muy complicado desde el punto de vista científico porque hay muy pocas certezas y verdades rotundas y ahí creo que a las mujeres nos da más pudor afirmar cosas sentando cátedra cuando sabemos que no se puede. A veces la respuesta correcta a veces es ‘no se sabe’. Creo que hay que entrevistar a gente que sea capaz de decirlo, para dar opiniones matizadas y trasladarlo al público, aunque sean menos atractivas para subirlas a un titular. Quizá hay medios que al final tiran por gente que sí se atreve a emitir opiniones más rotundas».
Especialidades no tan masculinizadas
Porque expertas, haberlas, haylas. Algunas disciplinas muy demandadas en estos meses, desde virología, inmunología, epidemiología, o salud pública, explican, no están especialmente masculinizadas. Por ejemplo, en la Plataforma de Salud Global, coordinada por la investigadora Margarita del Val, el 40% de los proyectos actuales del CSIC está liderado por mujeres, una cifra superior al 36% de representación de las investigadoras en el organismo, según señala un informe de la Unidad de Mujer y Ciencia del Ministerio que dirige Pedro Duque.
El informe, no obstante, alerta de la brecha: «Declaraciones de editoras y editores de revistas académicas advierten de diferencias significativas en el número de artículos recibidos durante el confinamiento firmados por hombres y mujeres. En un modelo de carrera competitiva donde el número de publicaciones es uno de los mayores activos, el confinamiento ha permitido acumular puntos en la carrera por la ‘productividad’ a quien no tiene que conciliar, a quien ha tenido tiempo disponible y de calidad para escribir, lo cual supone un agravio comparativo evidente y una forma de discriminación indirecta hacia las científicas». Son varias las investigaciones en marcha que señalan el desequilibro en el reparto de los cuidados durante el confinamiento –que ya existía antes– a costa de un aumento de la flexibilidad y el tiempo de las mujeres. Ni la investigación ni la ciencia viven ajenas a esta realidad: el tiempo disponible para divulgar, escribir o atender a medios mengua conforme la conciliación lo hace.
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