Germinar al alba: Acción comunitaria en la Comuna 13 de Medellín
La siembra es un oficio que nos junta desde el inicio de la humanidad, ella en sí misma es un acto poético. La huerta es el espacio para enamorar la vida que susurra dentro de una semilla nativa, escuchas y sientes sus cantos y sabes que en sus adentros guarda los secretos de la humanidad, recuerda las memorias de nuestros pueblos antes de conocer la palabra violencia, que nos ha acompañado desde 1950 en Colombia.
La semilla que germina es el rizoma que se extiende, penetra la tierra y nace como la rebeldía de la adolescencia que con sus raíces; cuida y teje historias para combatir la amnesia de nuestro pueblo, el tallo es la fortaleza que simboliza la resistencia de las madres que han tenido que enterrar a sus hijos en las distintas épocas de la guerra y las hojas son el niño que juega con el viento y custodia en sus energías nuevos motivos para irrigar el fuego de la humanidad.
La violencia en Colombia obligó a muchas generaciones campesinas a desplazarse. Las familias que pudieron recoger algunas cosas se trajeron a la ciudad su gallina, su planta, su marrano y su tradición, de tal forma que fueran representaciones de la vida pasada y que, a su vez, no les dejara olvidar de qué tierra estaban hechos. Instalados en la ciudad, de lunes a viernes, construían las casas de los ricos en la parte baja y los fines de semana levantaban el barrio en montañas y laderas, aportando vida con sus relaciones de cotidianidad: los balcones y terrazas siempre llenos de flores, plantas medicinales y mágicas, cuadros verdes vivos de una vida entre plantas, son el símbolo de la resistencia cultural de sus gentes.
En 1983 llegó el Hip Hop a Medellín, rápidamente se hizo muy popular en los oídos de las nuevas generaciones, descendientes de los primeros campesinos venidos a la ciudad. Sus letras tenían mensajes muy similares al Hip Hop de Estados Unidos, que identificaba las vivencias en los barrios marginales y ponía en sintonía la búsqueda de los derechos fundamentales y la dignidad del ser humano. A diferencia de la vida en grandes ciudades gringas lo que teníamos aquí era una vida campesina en la ciudad, donde la naturaleza estaba en todas partes, en el palo de mango o de papaya, en las flores del diente león que nace al borde de la calle, queríamos entonces cantar sobre ello, contar nuestros dolores, contarle a todo el mundo y decirle a cada persona que aquí estábamos resistiendo como plantas que se oponen a que les echen cemento, porque el cemento es el olvido.
Fue por ello que nació nuestra primera experiencia: Hip Hop Agrario. Cosechábamos las canciones mientras sembrábamos y plantábamos, llenando de sentido cada palabra. Cada huerta era un ritual vivo que realizábamos de la mano de las señoras del Partido de las Doñas, en lugares donde habitaba el miedo. Las huertas se convirtieron en grandes memoriales vivos que recordaban a toda la comunidad las historias de sus hijos, asesinados o desaparecidos. Cada año, en Medellín, tenemos un número importante de homicidios, en su gran mayoría los muertos son chicos muy jóvenes. Aquí la gente se acostumbró a los homicidios.
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