El nuevo curso de una escuela en crisis, después de la crisis de la pandemia
A pesar de que todavía no hemos acabado el curso de la pandemia, inevitablemente, la escuela ya piensa en el próximo. Las maestras y los maestros sueñan -más necesitados que nunca- con el descanso, mientras almacenan ideas, guardan reflexiones, acumulan fuerzas para pensar y debatir, cuando llegue junio, cómo debería ser el próximo curso. No les queda más remedio que pensar porque las planificaciones de la administración educativa ya hablan de los recursos que no tendrán (eran, dicen, sólo para la emergencia) y la administración sanitaria -sin pensar qué es y para que sirve la escuela- ya difunde las medidas de profilaxis que habrá que mantener.
Como que, al menos, habrá claustros de fin de curso y tendremos escuelas de verano, propongo ir poniendo en marcha, ordenando, la reflexión de los equipos alrededor de tres grupos de ideas: los impactos de los dos cursos de pandemia en la relación entre la infancia y la escuela; el catálogo de implicaciones, cambios educativos, personalización de la relación de aprendizaje, organización escolar, etc. que el profesorado ha puesto en marcha estos meses difíciles; la reanudación de la renovación educativa, urgente antes de la pandemia, agudizada con la pandemia, ya irrenunciable, se acabe o no se acabe algún día la pandemia.
Compensar y curar vidas impactadas
En medio de la diversidad y la desigualdad de las escuelas y de las situaciones socioeconómicas del alumnado, no podemos pasar página olvidando que, el curso pasado, tuvieron media escuela y que este ha sido vivido en medio de una alteración permanente (algunos alumnos, por ejemplo, han tenido trimestres con sucesivo confinamiento de su clase). Ahora, estamos obligados a hacer balance, compensar y reparar.
Los equipos educativos, las familias y la administración (no solo la educativa) tienen que poder compartir posibilidades de descubrir, conocer, valorar los impactos. No podemos hablar, simplemente, de que es muy probable que aumente el fracaso académico al acabar la escuela. Ahora estamos obligados a descubrir cómo puede haber cambiado la desafección escolar, especialmente en algunos puntos críticos. Pensemos, por ejemplo, lo que supuso empezar P4 o P5 y que te cierren la escuela que justo acabas de descubrir. O, imaginemos que supuso, cómo fue el final de sexto y el paso a la secundaría con las aulas cerradas o, ahora, cómo está siendo el final desorientador de la ESO, etc.
Objetivamente, no tener escuela o tenerla en condiciones precarias ha significado privación de oportunidades educativas, empobrecimiento de vidas infantiles. No se trata de descubrir qué parte de programa no se ha dado, sino de poder descubrir las carencias (en los procesos de aprender y los deseos de saber) que tendremos que llenar de nuevas maneras y con apoyos y recursos que no siempre son los de la escuela. La reflexión tiene que ser sobre cuáles serán los recursos socioeducativos del territorio que se destinarán a llenar privaciones.
Leer el resto del artículo en El Diario de la Educación.