Cristina Groeger: “La expansión educativa no siempre permite reducir la desigualdad”
Tras analizar las dinámicas laborales y educativas del Boston de principios del siglo XX, Cristina Groeger concluye que un mayor acceso a la Educación no implica necesariamente una distribución de la riqueza más justa.
Pregunta. No es tanto que la Educación no pueda reducir las desigualdades, sino que no debemos asumir que siempre lo hace.
Respuesta. —Sobre todo en períodos de expansión educativa, que es cuando suponemos que más contribuirá a que la desigualdad sea menor. A principios del siglo XX, la universalización de la Secundaria cobró un gran impulso en EEUU. En la actualidad, cada vez más gente accede a estudios universitarios. Pero en ninguno de los dos casos se observa una relación entre más Educación y una menor concentración de la riqueza.
Sostiene que las élites siempre se las arreglan para introducir mecanismos –más o menos sutiles– en el sistema educativo que perpetúan su acceso preferente a los empleos mejor pagados.
—Ahora se da por hecho que este tipo de empleos requieren una titulación universitaria. Pero a principios del pasado siglo no era así. Incluso en profesiones de prestigio como la abogacía, los nuevos abogados no iban a una facultad de Derecho, sino que aprendían la profesión en un despacho. Esto cambia en las primeras décadas del siglo XX. Es en esa época cuando se diseñan distintos caminos académicos que permiten a esas élites mantener el control de los empleos mejor pagados.
Y estos mecanismos se renuevan para adaptarse al momento.
—Es un constante que desafía el paradigma del capital humano –muy habitual para explicar fenómenos económicos– según el cual, si das cada vez más formación a grandes capas de la población, la tendencia será hacia la igualdad. Pero las élites siempre encuentran nuevos modos de prestigio que les reservan los mejores empleos. Antes era un grado universitario. Ahora es un máster. También atienden a otros criterios que dan información sobre el entorno social del que procede el candidato a un empleo. En el Boston de principios del siglo XX, era habitual que las empresas preguntaran a las universidades sobre hobbies, origen familiar, raza, religión… De forma que el proceso de selección dejaba de estar basado en el mérito académico.
¿Se siguen utilizando este tipo de criterios discriminatorios?
—La socióloga Lauren Rivera lo refleja muy bien en su obra Pedigree: how elite students get elite jobs (Pedigrí: cómo los estudiantes de élite consiguen los empleos de élite). Analiza lo que ocurre en las grandes consultoras o en los grandes despachos de Derecho corporativo. No son, claro, criterios explícitos, pero que sí pretenden, en teoría, que el candidato encaje en la cultura de empresa. Que pueda socializar hablando de sus extravagantes vacaciones, este tipo de cosas.
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