El silenciamiento de Carmen Laforet
Haber acertado de pleno, tan joven y a la primera, con una novela excepcional; espejo de una sociedad tremebunda que describió con pulso firme. Recibir el premio Nadal y la consiguiente atención mediática; invitaciones, entrevistas, elogios, conversaciones en las que había que estar siempre como la estupenda literata que se suponía que era. Escuchar persistentes solicitudes de más, más cuentos y novelas tan buenas y mejores que Nada. Quedar tal vez abrumada y no ser capaz de seguir el ritmo, cumplir las expectativas. No poder atender el sinfín de demandas —aunque solo fueran dos o tres preguntas, decía el periodista por lo general hombre—, que siempre venían a añadirse, nunca restar, a las responsabilidades adquiridas como esposa y madre de familia de clase media con ambiciones perfeccionistas, tal vez felices y que coman perdices.
Pues ella no pudo.