Gulafroz Ebtejar, alto mando de la Policía afgana: «Los talibanes me buscan, pero no me callarán»
De adolescente, Gulafroz Ebtekar se preguntaba qué podía hacer para contribuir a cambiar la imagen de su país. Por entonces las fuerzas norteamericanas ya habían ocupado Afganistán poniendo punto y final al represivo gobierno talibán (1996-2001) que condenó al ostracismo a sus entonces casi 20 millones de habitantes.
Nuevas esperanzas se perfilaron en ese momento para las mujeres y Ebtekar decidió a qué se dedicaría: sería policía. Tras su paso por la Academia en Kabul logró ser admitida en uno de los principales centros de formación policial de Moscú donde terminó una maestría. La afgana habla un ruso fluido.
A su regreso a Afganistán despuntó rápido en el Ministerio del Interior. Allí llegó a ser Subjefa de Investigaciones Criminales con decenas de personas, la mayoría hombres, a su cargo. Su carrera parecía imparable, pero todo se torció en marzo de este año con el creciente avance de los talibanes. «La situación cambió radicalmente en un día», señala.
En ese momento, con sus ambiciones profesionales frustradas y a la espera de lo que ya se veía venir, Gulafroz perdió la esperanza. Hoy solo quiere salir del país junto a su marido, su madre y sus tres hermanos, pero ni la embajada en Moscú atendió su petición de ayuda, alegando que no tenían ni pasaporte ni residencia rusos. La afgana sospecha que «en el fondo no querían molestar a los talibanes».
Los soldados norteamericanos, que permanecieron apostados en el interior del aeropuerto hasta su salida definitiva de Afganistán el pasado lunes, tampoco la auxiliaron. «Cuando les vi respiré. Pensé que ya estábamos a salvo». Sin embargo, los estadounidenses, que despreciaron sus documentos policiales, la terminaron expulsando y escoltando hasta otra zona del aeropuerto. La de la puerta de acceso Abbey, la misma donde el 27 de agosto un atentado perpetrado por la rama afgana del Estado Islámico (ISIS-K) mató a un centenar de personas.
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