Las luchadoras de la Cañada Real
Son las siete y media de la tarde en el Parque Bellavista de Rivas-VaciaMadrid. Kay, una cachorrita mezcla de husky con chow chow, corretea por el césped. Su dueña (es un decir, mirando quién sigue a quién por la pradera) reconoce que aquí se siente una más. Nadie le presta una atención especial si no es para comentar costumbres caninas. No saben que cada día recorre los 5,9 kilómetros que la separan de su casa en el sector 6 de la Cañada Real Galiana para que la bolilla peluda pueda jugar.
Tampoco la identifican como extranjera: es la única mujer de su comunidad que no lleva velo. Tiene acento, el chulesco madrileño que se desparrama por las haches y las jotas como el del resto de presentes, y lleva un vestido entallado de flores rojas, deportivas blancas y gafas de sol grandes, estilosas. Aquí charla con mujeres y hombres de forma indistinta y con naturalidad, lo que a diez minutos al sur en coche no resulta tan fácil. Aunque a Houda Akrikez, de 34 años, no le quedan muchas convenciones por dinamitar.
“Esa es mi hija” dice Enfetla a quien quiera oírla, y a quien no, también. Madre de ocho hijos, se siente orgullosa cuando la ve organizando movilizaciones con las demás mujeres del sector, todas marroquíes. “Mi padre, que es un señor de 75 años con la barba larga, un marroquí típico como los que te puedas imaginar, también me apoya”, explica la joven. Ahmed construyó con sus manos la casa familiar poco a poco y llegando cada día de trabajar como albañil, caminando más de 15 minutos para llegar a la parcela que había comprado. Negoció la adquisición con una vecina de la zona y le pagó el equivalente en pesetas a 10.000 euros, en 1994. “Nosotros compramos el terreno, lo hicimos bien, nos dieron un recibo”, recuerda Houda.
Leer el artículo completo en El País.